Dos países y una sola República Dominicana. En eso nos ha convertido, electoralmente hablando, la resolución del pleno de la JCE que eliminó el arrastre de los senadores en 26 provincias, pero lo mantuvo en el Distrito Nacional, La Vega, Puerto Plata, San Cristóbal, Santiago, y Santo Domingo. Eso convierte a los habitantes de esas provincias en ciudadanos de segunda, como apropiadamente los describió el senador del PRM José Ignacio Paliza, pues no podrán ejercer su constitucional derecho a elegir en iguales condiciones que los que viven en las otras 26. Pero también discrimina a quienes aspiran a ocupar esas 26 senadurías, que tendrán que tirarse a la calle, con un cuchillo en la boca, a buscar sus votos hasta debajo de las piedras, en tanto los aspirantes a ese mismo cargo en la Capital y las otras cinco provincias pueden sentarse a echarse fresco, pues podrán resultar electos sin que la mayoría de los ciudadanos hayan votado por ellos. ¿Es eso justo, equitativo y constitucional? Todo indica que le tocará al Tribunal Constitucional (TC) y al Superior Electoral (TSE) decidir sobre la legalidad o la constitucionalidad de la resolución de la JCE, que según los partidos de oposición también viola la Ley Electoral. Es difícil creer, conociendo el bagaje y la experiencia de los miembros del organismo electoral, que no estuvieran conscientes del alboroto y las suspicacias que provocarían con su controvertida decisión, a tal punto que ha sugerido Pelegrín Castillo, dirigente de la FNP, que lo hicieron a propósito, de manera “oblicua”, para quitarse esa papa caliente de encima y dejar la impresión de que quisieron complacer a todo el mundo, pero han conseguido todo lo contrario. Y ese no es el papel que le corresponde a un árbitro donde tiene que haber, necesariamente, ganadores y perdedores, porque si unos y otros no tienen eso claro la llamada fiesta de la democracia puede terminar como el famoso pleito de los monos: a rabazo limpio.