CARMEN IMBERT BRUGAL
Hubo una infancia que soñaba montarse en el camión rojo y perseguir el ulular del peligro. Fascinada con el sombrero, las botas y la temeridad, anhelaba tener una manguera entre las manos y usar las escaleras de salvación para sofocar incendios. Quería pertenecer al Cuerpo de Bomberos. Sucedía antes de confiar sus ilusiones a los videos juegos y al chateo, antes del deterioro ostensible de la entidad.
El General Gregorio Luperón auspició la instauración del primer Cuerpo de Bomberos, operó como un escuadrón del Ejército nacional. Dispuso su creación en las principales ciudades del país. Satisfacía de ese modo la necesidad de protección ciudadana y cumplía con exigencias internacionales para salvaguardar las mercancías depositadas en las aduanas. El equipo, aunque útil, era rudimentario. Caballos y hombres movían los recipientes con el agua. Ciento veintiséis años después, en la República Dominicana, existen 117 cuarteles de Bomberos integrados por civiles. Su presupuesto depende de la Secretaría de Interior y Policía y las designaciones son hechas, mediante Resolución de los síndicos. El 20 % del personal es asalariado y el 80% voluntario. No portan armas, su defensa es el valor y la capacitación.
La vida provinciana durante los años sesenta apostaba a la efectividad y respetabilidad de los señores cubiertos por hule brilloso que acudían prestos a salvar vidas y propiedades. Fue el tiempo de cobrar deudas políticas con candela. El crepitar de la madera y el sonido de la sirena, sorprendían las madrugadas. Familias sollozantes se abrazaban sobre rescoldos. Las barriadas desaparecían consumidas por las llamas.
Tal vez el proceso de urbanización restó importancia a esos servidores públicos. El cemento convenció a muchos de la inutilidad del apaga fuegos. Creyeron que los extintores domésticos podían sustituirlos. Sucesivos gobiernos abandonaron la institución. Languidecían los cuarteles. El óxido cubría hachas, vehículos, tanques y envejecían sus miembros, no obstante, el servicio continuaba y el clamor público, solicitando socorro, osadía y eficiencia, también. Ninguna comunidad puede prescindir de su ayuda. Su intervención trasciende el fuego, múltiples casos de desastres precisan su destreza.
El coronel Rolando Cuello Segura, jefe del Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo Oeste, reconoce que a partir del año 1998, la adquisición y suministro de equipos y la entrega de dinero han sido constantes. No puede aseverar que la infraestructura es apropiada. Confía, sin reparos, en el personal, empero lamenta la precariedad y la inseguridad que implica la deficiencia técnica.
Algunos datos permiten comprender cuán grave es la situación. Verbigracia, el municipio de La Descubierta, carece de Cuartel, los 50,846 habitantes de la provincia Independencia, cuentan cuatro Cuarteles de Bomberos. Pedernales tiene uno para satisfacer las demandas de 2000 kilómetros cuadrados. La extensión geográfica de Santo Domingo Oeste alcanza 241 kilómetros cuadrados, su población aproximada 721,000 habitantes, para atender las urgencias del área, el Cuerpo de Bomberos dispone de cuatro carros bomba, tres unidades de apoyo, una ambulancia, un camión cisterna, 61 hombres y mujeres, asalariados y 75 voluntarios.
Las caóticas ciudades dominicanas están expuestas a la calamidad. Las acecha el fuego, las inundaciones, los derrumbes, las explosiones, los temblores. El incumplimiento de las normas que regulan la vida urbana propicia el riesgo. Desde el cilindro de gas defectuoso, la vela que ilumina devociones, el cortocircuito producido por una instalación eléctrica irregular, la caja de fósforos al alcance de los menores, el descuido doméstico con el fogón o la hornilla, el cigarrillo cerca del mosquitero, hasta las industrias, escuelas, centros de recreo, edificios multifamiliares sin defensas adecuadas convierten calles, carreteras, viviendas y oficinas en lugares de alarma.
Como la infancia no sueña con los bomberos, difícilmente se evocan. Su recuerdo adviene cuando una llamita asusta y el agua de la llave no basta para extinguirla. A pesar de la provisión regular de fondos, el coronel Cuello Segura revela, con el humor propicio para ocasiones solemnes, lo que debe hacer la persona que habite un sexto piso. En caso de siniestro, deberá escoger una de estas opciones: saltar al vacío, subir al ático, para que un helicóptero le rescate, o arder. La modernidad dominicana no ha dotado al venerable Cuerpo de Bomberos del instrumental adecuado para salvamentos más allá de un quinto piso. El Comandante no lo dijo pero existe una cuarta opción: cambiar de casa para evitar la inmolación.