Salud

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JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
No. Desafortunadamente ésto no es un brindis. Todo lo contrario. Me mueve la preocupación por uno de los más graves problemas que tenemos en nuestro país hoy en día: La salud. A este tema no le se pone gran caso. Parecería como que es de los que tienen menos importancia, si la tuviera, en las agendas de los gobiernos. Desde hace mucho tiempo. 

Hace unos días visité a un amigo en un centro médico del Distrito Nacional. Mientras esperaba para verlo, fui testigo de algo que no sé cómo calificar. Llega una señora mayor, que se notaba que era de esas personas que llamamos ¿de escasos recursos?,  más que nada por no mencionar la palabra “pobre”. Se acerca a la asistente que atendía a quienes iban llegando, le menciona que quiere consultar con el médico Tal y le pasa un carné de un seguro médico. La joven, sin hacer gesto de tomar el documento, le dice que no puede aceptarle ese seguro. La señora, extrañada, pregunta por qué y le hacen una explicación peripatética (ella no entendería lo que realmente sucede). Pregunta entonces que cuánto vale la consulta. Le dicen que cuatrocientos cincuenta pesos. Con el semblante demudado, se sienta, como si se cayera del susto, por un momento. Al poco rato se despide y se va. No hubo consulta.

Dolido por haber presenciado aquella desagradable, no, el término correcto es desgarradora escena, me acerqué a hablar con la asistente. En un momento, “caímos” en el caso de la señora que acabo de relatar. Me enteré de que el problema es que ciertos seguros ponen muchos “peros” y tardan mucho para honrar las reclamaciones de algunos centros médicos. Como en la viña del Señor hay de todo, la joven me dijo que algunas personas a quienes se les rechaza el seguro, pagan en efectivo su consulta y ya. Por tanto, hay doctores que tienen que recurrir al viejo adagio de “plata en mano, “jujú” en tierra”, aunque vean menos pacientes en un día. Trabajan, tienen que comer, necesitan el dinero que se han ganado. Pero no todo el mundo está en las mismas condiciones y no todo el mundo puede. El asunto es que, como siempre, el que se jode es el que tiene menos. Es de orden mencionar que hay médicos cuyas especialidades y clientela ni se rozan con los seguros. Los problemas ahí no existen.

Siguiendo con mi investigación privada, me enteré de lo siguiente, que me permito presentar para instruir a la audiencia. Cuando el paciente no tiene seguro, el especialista le cobra cuatrocientos cincuenta pesos, por ejemplo. En caso de tenerlo, la consulta sólo cuesta doscientos. El paciente paga en el momento una diferencia de cincuenta pesos y los restantes ciento cincuenta, le son pagados al médico por el seguro a los 45 días en el mejor de los casos. Sólo en relaciones selectas, según oí, la puntualidad de los pagos es una regla de oro.

Los gobiernos, reconocidos ineptos en todo lo que sea administración, se han quitado las responsabilidades de encima buscando especie de intermediarios. Encárgate tú y págame por permitirte hacer negocio. En el caso que tratamos, han aparecido las administradoras de riesgos de salud, o ARS. Ahora bien, aparentemente esas compañías trabajan según sus propias consideraciones y las autoridades no vigilan el cumplimiento de reglas mínimas para satisfacer las necesidades de mucha gente. Y es preocupante. Porque aquí se han visto muchas cosas. Desde el famoso Banco de los Trabajadores, allá por los años 70, pasando por el de Santo Domingo, el Antillano y muchos etcéteras que llegan al mismísimo día de hoy (incluyendo a las famosas financieras de aquella otra “época dorada”), no sabemos lo que algunos hacen con nuestro dinero. Y al final lo perdemos. Y nos quedamos sin pitos y sin flautas. Nosotros. Los GQ (Gerentes de la Quiebra) siguen haciendo su vida como si tal cosa. Las acciones judiciales prescriben un día cualquiera y: ¡Adiós, muy buenas!

No es que uno ande haciéndose eco de voces agoreras, como gustan de decir los políticos. Ni viendo más oscuro de la cuenta el brillante porvenir de la Patria. Una cosa es ser pesimista y otra, muy diferente, ser realista. Los modelos que se han estado utilizando han sido sólo variaciones de los que se usaron desde que apareció la humanidad sobre la Tierra. Su resultado siempre ha sido el mismo: rico más rico, pobre más pobre. Y para que haya más cantidad de los primeros, tiene que haber más cantidad de los segundos. Es de la única manera de que las cuentas cuadran. Es una ley: tienen que cuadrar.

Yo creo que a esos a quienes cada dos años les dedicamos un día completo de sol o lluvia para elegirlos, para darles el poder de que nos representen, para que hagan algo por nosotros, ya que se supone que saben más que nosotros, debe llegar un momento en que les dé vergüenza. Ellos escogen su profesión: ser políticos. Y la manejan como les da la gana. Sin reglas de juego, sin ética y sin la más mínima preocupación por su tan “amado” pueblo.

¡Basta ya!, volviendo a las viejas frases que muchos no quieren oír, pero que definitivamente nunca han dejado de tener vigencia. Porque todo tiene un límite. Porque están poniendo el mundo en unas condiciones en que no sabemos cómo vamos a terminar. Porque entre todos los pecados que cometen, el mayor y peor es el que atenta contra el séptimo mandamiento de la Ley de Dios. Y por cometerlo habrán de pagar el precio. No tanto por despojar de su contenido material a las arcas del erario, como por despojar de ilusiones y esperanza a los corazones de sus pueblos.

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