Hace muchos años que salí de la trampa, así le llamo al desrizado, que para otros es alisado, anteriormente la plancha, potasa o dependiendo la naturaleza del producto, será la denominación.
Un día cualquiera hice que me pasaran el abejón en su numeración más baja y así dije a Dios a la esclavitud de una moda impuesta que atenta con nuestra identidad, y que por demás, cuesta un enorme sacrificio económico y social.
Quién se desriza el pelo vive atado al salón de belleza o a una sombrilla, porque el desrizado no quiere saber de agua de lluvia; quién se alisa los moños, está sujeto a que le queme el cráneo y le salgan ampollas en el mismo (pican más que el diablo), siempre está con el miedo de que le tumben un moño y siempre le están apretando el cabello con múltiples bombas milagrosas o productos caseros a base de aceites que hieden a demonios.
Hoy disfruto de la libertad de los que tienen alternativas; uso afro, trenzas, pañuelos o lo que se me ocurra, pero también disfruto del juego social que se crea en torno a como me pongo o no el cabello.
Te ves más fina cuando te pasas el blower.
El afro te hace ver ordinaria, Me encanta como te quedan los pañuelos.
Yo río y me divierto y claro en ocasiones complazco a mis amigos y familiares y me disfrazo de blanca pasándome el blower…
Sé, que lograr la paz interior por como somos y lucimos es una batalla social que enfrentamos cotidianamente, sin tregua, pienso que yo la estoy librando, el indicador es la sensación de felicidad que me proporciona sentir gratitud por quien soy y como me proyecto.