En cualquier lugar con sabor a tierra antillana, nací yo. Mi nacimiento registra un sin tiempo marcado por sucesivos espacios de dolor humano, que arrastraron y se llevaron de encuentro a mis ancestros. Soy quisqueyana.
Pudiera llamarme África, América o simplemente isleña, pero mis padres, románticos y colonizados prefirieron nombrarme Beatriz, y de alguna manera seguir con la tradición de que los hijos lleven el nombre del padre o de la madre.
Haciendo memoria puedo recordar mis pies descalzos, cual salvaje, entre montes maroteando frutales y cazando mariposas.
Recuerdo también, muñecas de gomas, aros, y un juego de Jack
Recuerdo a mi madre atemorizada un día cualquiera de abril… y la ausencia de mi padre en esa época. Recuerdo un cambio de casa de techo de zinc a otra grandota de techo de concreto
Recuerdo haber visto al hombre llegar a la luna, donde también yo deseo llegar Recuerdos de una adolescencia marcada por la pasarela y el racismo, donde escribir era un escape y enfrentarme al cada día y a cada gente era una decisión.
Mil recuerdos de una infancia hermosa y de grandes cambios que trazaron la ruta de mi madurez. Llegar a ser mejor persona era mi norte, no permitir desvíos ni tormentos también era una decisión.
Con el tiempo, llegaron mis hijas, llegó un divorcio, llegaron los estudios, el trabajo, los romances, el cada día de una mujer
Hoy sigo aquí, en mi tierra antillana, sintiendo los tambores de un África escondida y con la lucha constante de no permitir que el sin tiempo que marca los espacios de dolor se lleve de encuentro mis ansias de vivir plenamente.