En el acuerdo y manifiesto de Alma Ata se trazaron las políticas de “salud para todos” en el año 2000 a nivel mundial. Allí se habló de relanzar la salud mental dentro de la atención primaria, establecer diagnóstico temprano en el nivel secundario y en el tercer nivel, tratar de rehabilitar y evitar la cronificación de las personas con trastornos mentales.
Una de las estrategias en las regiones más desiguales y donde se invertía muy poco en salud mental, era enfocarse en la salud comunitaria, en las poblaciones de mayor exclusión y en los ciudadanos más vulnerable.
De allí surgieron algunas consignas: “Por la humanización de la salud mental” “Por los derechos de los enfermos mentales” “No a la estigmatización” “Sin salud mental no hay salud física” etc.
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Era evidente que se buscaba cambiar la mirada a la salud mental, sensibilizar y motivar a los gobiernos y Estados, a invertir más en la salud mental. Por otro lado, se planteaba el cierre de los antiguos manicomios para darle un servicio humanitario, decente y digno a los enfermos mentales.
República Dominicana firmó los acuerdos, se comprometió desde el año 2000 a priorizar, relanzar e invertir en salud mental, buscando un acceso universal, sin exclusión y con equidad para lograr un servicio de mayor calidad y calidez en salud mental.
Desde entonces, vivimos en déficit en salud mental: bajo presupuesto, faltan cama en los niveles secundario y terciario, con ausencia de servicios y programa a nivel de rehabilitación y reinserción psicosocial en la población de enfermos crónicos que deambulan por las calles o están deteriorándose dentro de sus casas. Además, falta de recursos humanos en salud mental, así como la ausencia de unidades de intervención en crisis, unidades de mediana estadía, unidades de desintoxicación y rehabilitación para los dependientes de drogas.
La falta de unidades infanto-adolescente para la asistencia de niños y adolescentes con trastornos en salud mental y enfermedades del neuro-desarrollo y neuropsiquiátrico siguen pendiente.
Han pasado varias décadas. Latinoamérica y el Caribe no han logrado avances esperados en la salud mental.
Después y durante la pandemia se vivieron y se sintieron los problemas reales de la salud mental; peor aún, se triplicaron los trastornos mentales, los riesgos y las insatisfacciones, la infelicidad y la falta de propósito en la vida, les había cambiado a millones de personas en todo el mundo.
Después de la pandemia, los trastornos del estado de ánimo, el estrés, la ansiedad, el consumo y dependencia de drogas, el suicidio, los trastornos adaptativos y disfuncionales, se convirtieron en demanda de la atención en salud mental.
Por otro lado, las limitaciones socio-económicas y psicosociales hacían estragos en comunidades pobres, en ciudadanos que, afectados por las frustraciones, la impotencia, la rabia y la ira, traduciéndose en violencia social, en conflictos sociales y homicidios, en pandillerismo, bandolerismo y transgresión a las normas de convivencia.
Cada año se realizan campañas, marchas, talleres, encuentros, etc. para relanzar y romper el silencio con la salud mental. Realmente, falta compromiso, humanización y aumentar los recursos en salud mental.
Para salir del déficit, hay que invertir y gerenciar políticas públicas en salud mental, sueños truncados desde Alma Ata hasta nuestros días, los enfermos mentales y las personas con vulnerabilidad continúan esperando el accionar para priorizar la salud mental.