En un noticiero nacional de gran teleaudiencia apareció el rostro de una acongojada madre, envuelto en un dramático llanto y un desesperado grito de denuncia pública. Su adolescente tesoro había sido conducida junto a otras por unos mozalbetes a un motel para realizar una fiesta orgía de cumpleaños. Lo que más lamentaba la progenitora era que las imágenes del vídeo, donde el adorado fruto moribundo de su vientre habían sido subidas a la plataforma de Facebook . Se quejaba amargamente de que el cuerpo sin vida de la menor aparecía desnudo, lo que aumentaba el dolor y la pena de la acongojada mujer. ¿Cómo es posible que en una brigada de emergencia se permita que uno de sus miembros se dedique a grabar una escena bochornosa de dolor y de inmediato ponerla a circular en las redes sociales con el simple fin de complacer el morbo? Y peor aún, que ese delito no tenga consecuencia para su autor?
En nombre del libertinaje y del extremo individualismo, millones de personas aprovechan la era digital para dar riendas sueltas al salvajismo instintivo de la especie humana. Sexo, drogas, vulgar exhibicionismo y hedonismo extremo son la debacle social que cual terremoto de grado máximo sacude a una parte importante de nuestra juventud. Tenemos un gran reto social planteado al cual debemos responder si hemos de sobrevivir a la epidemia que nos llega por aire, mar y tierra.
Cual tormenta atmosférica global, estos males se mueven mancomunadamente a una inimaginable velocidad e intensidad. Lleva décadas en su recorrido por el cuerpo social de nuestra débil estructura nacional, regional, hemisférica y universal.
¿Qué hemos hecho en términos preventivos, curativos y de rehabilitación? Observamos, denunciamos y nos quejamos; ¿dónde están las propuestas de solución? ¿Acaso desconocemos la magnitud del problema? Lo dudo, más bien entiendo que estamos abrumados por la impotencia de las débiles respuestas que hemos dado al cáncer invasivo que devora nuestra alma nacional. Como cada cual vive ensimismado en su matrimonio con el teléfono inteligente, nadie mira hacia los lados, ni hacia abajo, tal vez de reojo hacia arriba, lo que sí mira atento es hacia la pantalla del celular que tiene delante.
No hay una política de salud mental eficaz para este nuevo mal; muchos ni siquiera reconocen la existencia del mal. Mientras tanto seguimos todos en el embullo. Mañana será tarde. El llanto amargo de esa humilde mujer ante el trágico deceso de su hija será un hecho común para otras madres. Y como el mal de muchos suele ser el consuelo de los tontos, tendremos cada día mas tontos a nuestro derredor.
Proponemos una gran mesa de consulta a la que estén invitados todos los actores de la vida nacional. A sabiendas de que es un tema complejo debemos plantear el mal en todas las vertientes posibles para que sean estudiadas desde los distintos ángulos posibles. De seguro que surgirán diferentes soluciones que nos permitirán alcanzar un consenso para la acción multilateral efectiva. Deberá convertirse esta gran propuesta de solución en una política de Estado a ser cumplida a cabalidad por todas las instancias del país.
La salud mental de nuestra población está en peligro. Así como en el terreno agrícola se siembra y cosecha el buen fruto, también germina y se expande la mala hierba. Desyerbemos esa maleza de nuestro conuco. Cosechemos lo bueno de las redes digitales.