Lo que ojo no ve, corazón que no siente”, “Nada es real hasta que es local”, “Si no es contigo, no te metas”. Anterior a la pandemia de la covid-19, o previo a la expansión en el uso de las redes sociales, es posible que uno u otro incauto se sintiera tentado a darle carácter de veracidad a estos refranes comunes en el argot popular.
En el presente siglo XXI todos los ojos ven, vivimos los hechos aquí y ahora, en tanto que ya nada me es ajeno. El mundo es aldea común, la epidemia de alcance histórico de la Chikunguña en Uruguay, la gripe aviar en Argentina, el asesinato a tiros de tres niños y tres adultos por parte de una joven en Nashville, Tennessee, Estados Unidos, así como la guerra europea entre Rusia y Ucrania son realidades que no podemos ignorar.
Imposible colocarnos una manta negra sobre los ojos para intentar no ver a cuarenta seres humanos, todas ellas personas humildes de Guatemala, Honduras, El Salvador y Venezuela, víctimas mortales de un fuego intencional en una cárcel para inmigrantes en la frontera México-estadounidense.
Puede leer: Patología del adenocarcinoma prostático
Todos estos aconteceres no están sucediendo en la Luna, ni en el planeta Marte, tampoco en Mercurio, suceden en la Tierra que es nuestro hábitat. Percibimos sus efectos en tiempo real de modo inmediato.
Decimos que la vida es el don más preciado con que contamos los seres humanos, sin embargo, ¿qué sería de esa vida si la mantenemos siempre enferma? Estar sano es un atributo necesario para el pleno disfrute de ese privilegio que la madre naturaleza nos dona.
¿Acaso no dispone la humanidad de los conocimientos y recursos para prevenir la mayoría de las enfermedades infecto-contagiosas que existen?
¿Qué es lo que impide la aplicación de una política sanitaria universal que genere una cultura de hábitos saludables y de prevención de males a nivel global?
Los aberrantes nacionalismos y las nocivas ideas imperiales expansionistas del pasado han sido motivo de guerras, un ejemplo cruel y despiadado lo tenemos en la Segunda Guerra Mundial con el nazismo hitleriano que tuvo un costo de tantos millones de vidas. ¿Aprendimos la lección?
Podemos y debemos iniciar una cruzada de siembra de paz. Desterremos los odios y los deseos de venganza de nuestras mentes y creemos un clima de convivencia pacífica. Ni el color de la piel, ni los idiomas, ni las costumbres deben ser barreras para que el Homo sapiens no pueda encontrar unos puntos comunes para acciones que permitan la creación de bienes y servicios a intercambiar en todos los continentes.
Digamos adiós a las armas, cambiemos cárceles por escuelas, fomentemos las sanas competencias deportivas, aprendamos a amarnos y a respetarnos los unos a los otros sin distingo de sitio de origen, ni etnia, ni creencia.
Defendamos los derechos humanos universales. No permitamos el atropello, la amenaza, el encarcelamiento injusto, los abusos, ni las vejaciones personales, ni familiares, ni por razones políticas o sociales. Enmarcamos en letras de oro el pensamiento de don Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Revivamos para siempre al eterno pensador hindú Mahatma Gandhi recordándonos lo de: “Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”.
¡Que se silencien los cañones y que reine la paz por siempre!