Saludo de hombre mundano

Saludo de hombre mundano

Pese a su condición de casado, mi amigo no se ha retirado del mujerieguismo, y de cuando en cuando tira su canita al aire.

Una noche invitó a cenar a una joven a la que estaba cortejando a un restaurante en el cual actuaba como entretenedor un guitarrista y cantante.

Después de unos tragos de whiskie el galán, quien llevaba un par de decenas de años de edad biológica a la muchacha, cantó un par de canciones con acompañamiento guitarril del trovador.

La cortejada elogió de forma entusiasta las interpretaciones del romántico cuarentón, y le estampó un sonoro beso en la chemba.

Como era la primera salida con la jovenzuela, tuvo que emplear fina destreza molar para convencerla de que desarreglaran sábanas en un motel.

El antiquísimo forcejeo resultó sumamente placentero para ambos contendores eróticos, por lo que repitieron en un par de ocasiones la experiencia en los mismos sitios de diversión.

Una noche la esposa del don Juan se antojó que la invitara al establecimiento en el cual este  había iniciado la exitosa jornada amorosa extraconyugal.

El antojo se debió a que una amiga le dijo que allí preparaban exquisitos y variados platos a base de langostas, marisco favorito de la dama corneada.

El sorprendido marido infiel manifestó que existían mejores restaurantes que aquel, algunos especializados en diversas variantes gastronómicas del sabroso crustáceo. Pero se vio obligado a acceder cuando ella expresó que era una admiradora del artista que tenía el compromiso de halagar musicalmente los oídos de los parroquianos.

Conduciendo su vehículo a escasa velocidad para retrasar la llegada al lugar, mi amigo insistió en que otros establecimientos ofrecían mayores comodidades que el escogido por su acompañante.

-Cualquiera pensaría que tu negación a ir a ese restaurante se debe a que has estado allí con alguna de esas jovencitas bandidas, a quienes les encanta explotar hombres maduros casados- dijo, mirando al cónyuge con ostensible carga de sospecha.

-Tú siempre con tus celos absurdos- replicó este.

Al llegar fueron recibidos por el trovador, quien levantando los brazos, casi gritó:

 – ¡Bienvenidos en su  primera visita, distinguida pareja!

Al marcharse, el faldófilo depositó un billete de doscientos pesos en las manos del entretenedor, expresando que “habían disfrutado mucho con su voz y su guitarra”.

Claro que por razones atendibles, mi amigo no cantó en esa ocasión.   

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