SALVADOR DALÍ y La divina comedia

SALVADOR DALÍ y La divina comedia

Marianne de Tolentino

No hay comparación posible por la dimensión del artista ni tampoco por el concepto de la exposición: “Dalí ilustrando genios”. En la Galería Nacional de Bellas Artes, se presentan los grabados originales que Salvador Dalí había “imaginado”, metaforizando visualmente los cien cantos de “La divina comedia” de Dante Alighieri, en acuarelas vueltas xilografías luego. La carga poética resultante es inmensa, su belleza omnipresente, nuestro deslumbramiento continuo…
El público dominicano tiene la oportunidad de mirar estas obras por primera vez, una fruición sin par por la exquisitez de las imágenes y la calidad del montaje, refinado, inteligente, didáctico, completándose la muestra con una sala de consulta bibliográfica y otra de proyección permanente de videos. Sin que se nos olvide mencionar los textos integrados y las dos fotografías gigantes de Salvador Dalí… las cuales hubieran complacido su ego descomunal.
Este acontecimiento, que la Embajada de España y su Centro Cultural han brindado, de una manera plural –desde las obras hasta la museografía– al Ministerio de Cultura y a Bellas Artes, debe aprovecharse en toda su magnitud y difundirse especialmente entre los jóvenes de escuelas, colegios, universidades.
Conjugación de dos genios. Ahora bien, no nos vamos a extender acerca de la vida y evolución de Salvador Dalí, que, allí mismo, podemos consultar en catálogos y libros. Nos interesaremos por su esplendorosa obra gráfica y en particular las cien estampas que ilustran “La divina comedia”.
El experto Fredéric Ballester estimaba que “el grabado en Dalí es muy importante; nos encontramos en un terreno experimental, si no hubiera habido el grabado en un cierto período de su vida, él hubiera dibujado menos”, y enfatizaba que los resultados eran espectaculares. Así lo demuestran estas obras que se realizaron entre 1959 y 1964, demandando 55 meses de trabajo. Por cierto, el genial Salvador Dalí era un gran trabajador y empezaba en su taller desde las seis de la mañana.
Los grabados, que se presentan en la Galería Nacional de Bellas Artes, ilustran “La divina comedia” –Infierno, Purgatorio, Paraíso– de Dante Alighieri, quien fue otro genio –patrimonial e incomparable, italiano él– de la lírica medieval y el decimocuarto siglo. Son cien xilografías –o grabados en madera–, refiriendo a cada uno de los cien cantos de la inmortal obra poética, y elaboradas a partir de acuarelas. A título anecdótico, esas acuarelas, encargadas en Italia a Salvador Dalí, se habían suspendido al no ser su autor italiano… y él las terminó en España. No cabe duda alguna de que el lirismo, la belleza, el misticismo de la escritura en “La divina comedia” le fascinaron, y él los llevó visualmente a la transparencia y la trascendencia, pues, como todas las categorías de su producción y manifestaciones de una insólita creatividad, hasta las más desbocadas para su época (¡!), el grabado apasionó a Salvador Dalí: él tenía un contacto personal permanente con el taller de impresión y sus técnicos. Se mostraba muy exigente, respecto al proceso y los resultados, requiriendo una condición drástica, “que parezcan acuarelas”. Dalí fue un gran acuarelista: se refería entonces a la litografía, pero de la xilografía, él demandaba igual perfeccionismo, a la vez técnico e innovador, con esmero en el detalle.
Entonces, cada imagen expuesta debe contemplarse detenidamente, como realización única. De un mismo y pequeño formato – 33 x 26.5 centímetros sin el marco–, puede llegar a ser “monumental” en contenido, asociando y asimilando signos y figuras de obras pictóricas anteriores y emblemáticas del artista, como elementos “blandos”, hormigas invasoras, fenómenos alucinatorios, que proponen entonces la extraña seducción de la fealdad… Es el Infierno, con sus monstruos pecaminosos, el que más sorprende por su compromiso surrealista, obviamente gozado por el máximo representante del movimiento. Él proclamaba, después de la ruptura con André Breton y sus pares: “¡Yo soy el surrealismo!”
Una idiosincrasia particular. Se tiene la impresión de que el artista delineaba un primer motivo y agregaba lo que le sugería su trayectoria imaginaria. Partiendo de la transposición de la poesía de Dante, ya sobrenatural por definición, Dalí deja fluir su propia creatividad, escapándose la interpretación hacia visiones perturbadoras, intensas en el Infierno, pero más sosegadas en el Purgatorio y su ascenso hacia el Paraíso, sublimación final junto a la amada y mítica Beatriz.
Por cierto, el canto 04 la representa clásicamente, de frente y sentada: es un retrato de Gala, translúcida y poderosa, que ya Dalí había hecho en pintura, con otra dimensión… En esta maravillosa secuencia, nos preguntamos si la elevación de Dante y Beatriz por los cielos, culminando en el Empíreo y morada divina, no metaforiza una identidad compartida. ¿No llegaría a ser, en el tiempo presente, alegoría de la unión de Salvador Dalí y su adorada Gala?
Quienes llegan con la convicción preconcebida de que van a encontrar un surrealismo puro y duro, se sorprenderán. Aquí, Salvador Dalí, liberado de sus extravagancias y su afirmación del delirio paranoico, asombra por su virtuosismo en todos los estilos y expresiones: clasicismo, realismo, expresionismo alternan y dialogan con las travesuras surrealistas. Y esta pluralidad magistral, espontáneamente contribuye al encantamiento estético que infunde cada lámina, una tras otra, disfrutadas en su seguimiento poético: todas son diferentes… aunque los testigos y protagonistas –Dante, Virgilio, luego Beatriz– casi siempre están presentes, de héroes y figuras principales hasta diminutas siluetas… que vamos buscando, descubriendo y reconociendo.
Nos hemos limitado a algunas reflexiones, suscitadas por “La divina comedia”, recreada por Salvador Dalí que fue también gran escritor y poeta.
La visita a esta exposición es imprescindible para quienes creen en el arte y el incomparable placer comunicado por las obras maestras.

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