El ejercicio del poder ha sido el punto más discutido de la trayectoria del doctor Salvador Jorge Blanco, porque nadie, ni siquiera sus más enconados rivales, se atreven a regatearle sus cualidades cívicas y profesionales. Jorge Blanco fue un ciudadano ejemplar y uno de los abogados más competentes y prestigiosos con que contaba República Dominicana.

Desde su regreso al país tras sus estudios de especialización en España, Jorge Blanco siempre estuvo al servicio de las mejores causas. A la muerte de Trujillo, no tardó en enrolarse en la lucha, a través de la Unión Cívica, para restaurar las libertades públicas. Esa lucha sólo terminó con su triste partida.

Cuando el golpe de Estado de 1963 contra el gobierno del profesor Juan Bosch, el abogado de Santiago estuvo entre los que condenaron la perversa acción. Pero su participación no se limitó a la firma de comunicados, sino que durante la guerra constitucionalista de abril de 1965 formó parte del gabinete del coronel Francisco Alberto Caamaño.

Jamás pasó factura al Estado ni a nadie por servicios que expresaban su vocación civilista. En modo alguno se puede olvidar que durante la férrea represión de los 12 años de Balaguer, él era de los abogados que, con su propio peculio defendía a los presos políticos. Los tribunales de justicia están repletos de ejemplos.

Su larga lucha por las libertades se convirtieron en una de las razones por las cuales la primera medida que tomó el Gobierno del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) al volver al poder en 1978 fue la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados, gracias a un proyecto de ley de Jorge Blanco.

Me siento orgulloso de haber sido parte del Gobierno que encabezó (1982-86) como embajador en Nicaragua y abogado del Estado, porque, a pesar de que fue perseguido, encarcelado y condenado por supuestos actos de corrupción, el doctor Jorge Blanco era un hombre probo e íntegro, a quien también le cabe el gran mérito de sanear la economía, no buscar la reelección presidencial y propiciar una transición pacífica del mando.