El pasado año se cumplieron tres décadas de que el pueblo dominicano, en unas elecciones limpias, eligió al Dr. Salvador Jorge Blanco como su presidente, habiendo sido derrotado, por segunda vez consecutiva, el Dr. Joaquín Balaguer y su Partido Reformista. El Dr. Jorge Blanco, destacado jurista, de bien ganado prestigio, hombre de profunda convicción democrática, de carácter afable y de vida austera, había abandonado las filas de la Unión Cívica Nacional para ingresar al PRD a raíz del derrocamiento del profesor Juan Bosch, apenas 7 meses de su gobierno, por un incruento golpe de Estado cívico-militar fraguado por la cúpula militar, la rancia oligarquía criolla, la atemorizada Iglesia Católica y dirigentes políticos frustrados por su rechazo en la contienda electoral, contando, ese hecho fatídico, con los auspicios del Pentágono, la CIA y la Casa Blanca.
Salvador Jorge Blanco ganó méritos en la militancia perredeísta por su decidida participación en las actividades antigolpistas promovidas en Santiago por los dirigentes de su partido y un grupo selecto de intelectuales y profesionales independientes. Esa actuación se vio abrillantada a partir del estallido de la Revolución de Abril, donde militares y pueblo, unidos, propugnaron por el regreso de Juan Bosch a la presidencia y el retorno a la Constitución del 1963. En ese momento estelar de nuestra historia, de la patria ultrajada, Jorge Blanco fue designado procurador general de la República del gobierno del coronel Francisco Alberto Caamaño, enfrentado a las tropas invasoras de Estados Unidos y sus aliados titiriteros, santificados por la OEA como Cuerpo de Paz, desconociendo su propia carta constitutiva, irrespetando el principio de la no intervención y de la libre determinación de los pueblos.
Durante ese periodo de sangre y fuego, cuando las fuerzas constitucionalistas se vieron forzadas a negociar por la superioridad bélica del enemigo y el desgaste natural de la resistencia, Jorge Blanco fue figura destacada, agudo consejero en las negociaciones de paz, respaldando la actitud patriótica y valiente de don Antonio Guzmán quien, negado a perseguir, extrañar y exterminar a sus compatriotas tildados de rebeldes o de comunistas por la caverna imperial, prefirió no aceptar la Fórmula Guzmán para presidir el Gobierno Provisional que facilitaría la evacuación de las tropas yankees y la celebración de nuevas elecciones a precio infame. Antonio Guzmán Fernández llegaría a la presidencia años más tarde, sin recovecos, laureado por el voto popular, dejando una estela luminosa de honestidad y patriotismo, dando término a los 12 años luctuosos del Dr. Balaguer quien cumplió fielmente, como su antecesor, Dr. Héctor García Godoy, los designios tenebrosos del Coloso del Norte.
Salvador Jorge Blanco sucedería electoralmente a don Antonio, trágicamente fallecido poco antes de que terminara su mandato constitucional. Fue su gobierno un gobierno moderado, civilista, austero, respetuoso de la Constitución de la República y de los derechos humanos. Para un pueblo ávido de cambios y transformaciones necesarias, pasar por la silla de alfileres sin mayores méritos no era bastante. El destino y su propia ofuscación para calibrar la maldad de sus enemigos políticos le jugó una mala pasada. Posiblemente ningún otro presidente haya sido más vilipendiado y olvidado. Para su desdicha, tan solo es recordado por dos hechos fatídicos: 1. La poblada de abril, abortada tras el Acuerdo de FMI, y controlada por la fuerza militar represiva con saldo de muchas muertes innecesarias; y, 2. Su persecución, apresamiento y condena en un juicio político infame (El Juicio del Siglo, Canahuate) ribeteado como juicio penal, siendo una maniobra política crónica de una muerte anunciada, sin ningún respeto al debido proceso, maquinado por mentes perversas para inhabilitarlo políticamente a él y a su partido, que le dio la espalda. Ni aquel hecho trágico que escapó de su control de manera absoluta, ni la mascarada de juicio que decidió su condena antedatada, maculando su memoria y su gestión de gobierno, le hacían merecedor de tanto maltrato y olvido.
Su gobierno de unidad nacional contó con excelentes colaboradores, algunos víctimas de la maledicencia y el montaje judicial y televisivo de los pérfidos combatientes de la corrupción. Como humano tuvo sus debilidades. Habiendo sufrido cárcel y vejaciones, nunca debió aceptar el indulto que le impedía lograr la verdadera justicia y exculpación de su nombre: restituir el honor mancillado. Ni héroe ni déspota, ni mártir ni canalla. Nada extraordinario, espectacular o grandioso. Ningún biógrafo diría de él lo que Bosch escribiría de David Ben Isai: Es normal que en una vida de excepción se encuentren grandes manchas. Ni una cosa ni la otra.
Alma sencilla y buena, Salvador Jorge Blanco murió como vivió, humildemente, en su casa de la calle Juan XXIII, acompañado de pocos y leales amigos, de sus hijos y de su esposa ejemplar, solidaria, su compañera y soporte de siempre, que partió primero para aun hacer más honda su soledad. Hasta el fin de sus días fue fiel a su partido. Nunca hubo excesos en su vida pública ni privada. Su vida discurrió como un ser humano amante de la paz, respetuoso de la ley y temeroso de Dios, sin ofensas. Hace mucho quería escribir estas líneas sinceras que dejo para ser juzgadas 30 años después por la posteridad.