Salvador Pittaluga Nivar – A un alumno de Bosch

Salvador Pittaluga Nivar – A un alumno de Bosch

En países como el nuestro, hay momentos en los cuales el lugar de honor está en la cárcel o en el exilio. Por eso, guardo en mis recuerdos como motivo de orgullo la vez cuando, sin haber sido funcionario de su gobierno, al momento del derrocamiento de Bosch, en septiembre de 1967 me correspondió acompañarlo hacia el exilio.

Disfruté de su amistad y confianza, tanto cuando fue presidente, como luego en Puerto Rico, cuando fui su secretario privado por algún tiempo.

Han pasado más de cuarenta años desde entonces, tiempo suficiente para haber reflexionado, aprovechando la cercanía con el personaje, para analizar las razones por las cuales Bosch es ya figura prominente y permanente en la historia del país, muy lejos del zafacón donde han ido a parar más de uno, de los que le han sucedido en la primera magistratura del Estado.

Y la gran diferencia consistió en el apego a los principios. Bosch, hostosiano sincero, creyó como su maestro en el respeto a la moral y en el amor a la Patria, y se negó a ceder un ápice en los asuntos de principios.

Cuando un jefe militar trató de convencerlo de autorizar la compra de un armamento por demás innecesario, buscando en su provecho la consabida jugosa comisión, se negó tajantemente.

Cuando personeros de poderosos sectores internos y externos, pretendieron que autorizara la persecución (prisiones, torturas y muertes) contra ciudadanos por sus ideas políticas, nadie pudo convencerlo.

Cuando cierto sector militar pretendió imponerse por encima de su autoridad como presidente de la República, se negó a admitirlo.

Cuando le dije en la vísperas de su juramentación, el 25 de septiembre, que estaba de antemano derrocado si no cambiaba a los jefes militares, me dijo, que aún cambiándolos sería la misma cosa, y que lo que había que hacer era «ganar tiempo».

Y logró mantener el poder el tiempo necesario para sembrar la democracia en el país. Es por eso que está sentado hasta siempre en el carro de gloria de la historia, donde le acompañan entre otros: Duarte con su ideario, Mella con su trabuco, Caamaño con su fusil y Sánchez con la bandera ensangrentada sobre su pecho.

Ahora cuando un discípulo de Bosch escala el poder por segunda vez, no está de más recordarle que de un lado se encuentra el zafacón, y del otro el carro.

En las tremendas complicaciones que habrá de enfrentar deberá negociar, pactar, ofrecer, disimular y ceder, pero nunca ceder en asuntos de principios, de ahí lo especial para establecer la gran diferencia.

Termino tomando la palabra de Gustav Stresemann cuando dijo: «El valor para arriesgarse a ser impopular, distingue al estadista del político».

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