¡Sálvanos, Virgencita, de nosotros mismos!

¡Sálvanos, Virgencita, de nosotros mismos!

La prensa del lunes cuenta que los católicos del Distrito Nacional realizaron una marcha el domingo en la que pasearon una efigie de la Virgen de La Altagracia y que en un momento de esa celebración un prelado expresó que los cristianos de diferentes denominaciones que no veneran a la madre de Jesús son unos “huérfanos”.

¡Dios mío! ¿A qué viene esto? ¿Era esa celebración para resaltar los dones y virtudes de la Virgen, a la que los católicos de todo el mundo, incluido quien esto escribe, veneramos bajo las distintas advocaciones propias de cada cultura? ¿O era una manifestación para ahondar las lamentables diferencias entre cristianos, católicos o no, a quien nos une un mismo Padre, el Dios creador del Cielo y la Tierra, y su hijo Jesucristo, que vino a redimirnos del pecado?

A mi me parece que se hace un flaco servicio a la Iglesia, y a la propagación de la fe, cuando prelados con indiscutible autoridad moral y ascendencia sobre su grey, se alejan del principal mandato de “amarnos los unos a los otros como no amó Jesús”, para juzgar la alegada orfandad de quienes viven su fe alejados del catolicismo. No dejo mi Iglesia ni loco, porque estoy convencido de que es la continuación de aquella fundada por Pedro. Es más, una de las razones por las que estoy seguro de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia Católica es que, como traviesamente me recordaba mi inolvidable amigo Monseñor doctor Oscar Robles Toledano, “ni los curas hemos podido acabar con ella”. 

Las confusiones de los dominicanos sobre María son tan enormes que somos uno de los pocos pueblos que veneramos a dos advocaciones de la Virgen. La advocación es la denominación complementaria que se aplica al nombre de una persona divina o santa y que se refiere a determinado misterio, virtud o atributo suyos, a momentos especiales de su vida, a lugares vinculados a su presencia o al hallazgo de una imagen suya. La Virgen de las Mercedes, según la tradición, ayudó al Almirante a matar indios en el Santo Cerro. La de La Altagracia se le apareció a una niña junto a un naranjo en Higüey, seguramente para desmentir la versión del descubridor.

A mis amigos evangélicos: ¡oremos todos juntos para salvarnos de nosotros mismos! Yo diré: “Dios te salve, María…”

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