Salvemos el aperitivo

Salvemos el aperitivo

MADRID  (EFE).- Para el Diccionario, ‘aperitivo’ es todo aquello “que sirve para abrir el apetito”. Definición académicamente correcta, sin duda… aunque, muchas veces, parece que de lo que se trata a la hora del aperitivo es, al contrario, de saciarlo.

Menos mal que el propio Diccionario añade que un aperitivo es también la bebida que se toma antes de la comida principal, y la comida que suele acompañar a esta bebida. Hay que decir que estas dos acepciones reflejan mucho mejor lo que los españoles entienden por ‘aperitivo’.

Pero no es sólo eso. Un vino, una cerveza o –más raramente- un coctel antes de almorzar, o de cenar, es algo que da oportunidad de hacer más cosas. Picar algo, naturalmente: en el aperitivo está el lugar idóneo para la costumbre del tapeo. Pero tampoco se queda ahí la cosa: es un rito social, un escape… y mucho más.

Para cumplir el rito del aperitivo es necesario, desde luego, que la jornada laboral se interrumpa a mediodía bastante más que el tiempo justo de tomarse un tentempié estilo anglosajón. Hasta hace bien poco, la mayoría de los españoles se iban a comer a su casa, pero hacían una parada estratégica en algún bar cercano… para tomar el aperitivo.

Un aperitivo que, cómo no, incluye esa actividad tan grata al español, al latino en general, llamada tertulia. Se queda con los amigos para tomar el aperitivo. Se bebe algo, normalmente cerveza o vino, se pica algo ‘de menor cuantía’… y se habla. De todo. Se arregla el mundo, como decían los madrileños castizos. Y eso es mucho más que tomarse un vino.

El aperitivo es, también, ocasión de jugarse las consumiciones; la ronda no suele ser costosa. A los dados… o a los ‘chinos’, un juego en el que cada participante guarda en la mano tres, dos, una o ninguna moneda y que gana quien acierta cuántas hay en manos de todos. Quienes resultan vencedores suelen afirmar que la cerveza, o la tapa correspondiente, ‘estaba riquísima’. Al perdedor, claro, no le sabe tan bien. Pero todos se van a casa tan contentos.

Los domingos, al menos antes, el rito era distinto: se iba a tomar el aperitivo con la familia. Las circunstancias eran diferentes; solía sustituirse la barra por una mesa. No es lo mismo: la barra, invento anglosajón, es toda una institución en España. Y el afortunado que consigue un taburete para sentarse y se sitúa en la esquina del grupo para poder apoyar el codo en la barra… se siente en el séptimo cielo.

Ahora, en nombre del progreso, se quieren ‘europerizar’ los horarios; jornada continuada, con una breve pausa para comer algo ligero, sin tiempos para aperitivos, sobremesas ni –ay– siestas. A las cinco, o a las seis, a casa… a aburrirse hasta el día siguiente.

Pues no. A los españoles –y a los franceses, por poner otro ejemplo– les encanta el aperitivo. Más que por beber y comer, por estar con los amigos, por charlar. Para un latino, lo de ‘mediterráneo’ es mucho más que una dieta, más que una cocina: es un estilo de vida, y un estilo de vida muy saludable, muy antiestrés. Pero, al paso que vamos, quizá haya que escribir pronto en pasado de estas cosas tan placenteras: el aperitivo, la tertulia, la sobremesa, la siesta…

Aumentará, qué duda cabe, la productividad, y también el nivel de vida… si lo entendemos sólo como una cuestión económica. Pero es que el nivel de vida no se mide en dinero; no, al menos, en los países del Mediterráneo.

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