¡Sálvese el que pueda!

¡Sálvese el que pueda!

Aún cuando parecería que el título de este trabajo representa el grito  desesperado de un jefe de tropa, quien en medio del fragor de la batalla lo ve todo perdido, lo real es que se trata de una alerta que desde las frías y silenciosas tumbas emana como una última voluntad cadavérica.

Y es que son tantos y tantos los enfermos que pasan a ocupar un  nuevo espacio en el libro de los muertos que uno se pregunta si acaso se trata en verdad de una estrategia de algunos vivos para sacar pingües beneficios con el fallecimiento de otros.

Alguien diría que estamos exagerando la nota; sin embargo, me parece que nuestra apreciación queda corta cuando se calcula la magnitud del número de personas que fallecen a destiempo por falta de una eficiente y oportuna atención médica calificada.

¿Cómo es posible que un ciudadano dominicano de 40 años acuda tres veces consecutivas en menos de setenta y dos horas  a un centro de salud quejándose de dolor de pecho y que en cada oportunidad haya sido enviado a su casa con la recomendación de tomar calmantes analgésicos?

¿Cuál es la razón para que a ese infortunado no se le hiciera un electrocardiograma o por lo menos se contemplara la posibilidad diagnóstica de un infarto de miocardio y se implementaran las medidas apropiadas que el caso ameritaba? El resultado fatal de una rotura cardíaca como complicación de un  infarto secundario a una severa arteriosclerosis coronaria no fue algo difícil de verificar. ¿Quién fue en vida este individuo? Obviamente que un humilde hombre de pueblo sin acceso a unos servicios de salud con calidad. Alguien  a quien su condición socio-económica le obligó a buscar asistencia médica en un sitio de mala muerte.

Vivimos en un mundo globalizado en el que la amalgama heterogénea de seres humanos somos introducidos de modo obligado en una centrífuga social.  Esta maquinaria infernal creada por unos desalmados nos hace girar a su antojo a gran velocidad y con su newtoniana fuerza gravitatoria nos distribuye en capas de acuerdo al peso específico de cada individuo. La capa más gruesa del producto decantado está compuesta por todos los pobres e indigentes que ahora son mayoría en el país. Ellos son los candidatos a entrar primero y a una temprana edad al mundo de los difuntos. Ser madre o recién nacido pobre en la República Dominicana constituye hoy por hoy un gran peligro de muerte.

Ser joven  y sin recursos materiales, residente en un barrio marginado tal y como lo describe Juan Luis Guerra coloca a ese adolescente en la línea de riesgo para que una bala salida del arma de un agente del “orden” le atraviese el corazón o su cerebro. La vejez en la pobreza mete miedo en la tierra de Duarte. Llegar a la ancianidad formando parte de esa gruesa capa de indigentes más que una bendición representa una desgracia.  A quienes nos ha tocado el deber de contabilizar los muertos apuramos a diario el trago amargo de ver a mucha gente irse a destiempo. Lo peor del caso es que ello parezca algo natural  y que cada día asombre menos. ¿Promoción de hábitos sanos? ¿Prevención de enfermedades? ¿Tratamiento oportuno y con calidad? Solo palabras, frases huecas y nada más. Mientras tanto, que siga la fiesta en la selva  y que se salve el que pueda.

Publicaciones Relacionadas