Sálvese quien pueda

Sálvese quien pueda

Cuando la Academia de Ciencias y Letras de Suecia otorgó el Premio Nobel de Literatura al escritor húngaro Imre Kertész se difundió, en todos los periódicos, que el veredicto del jurado obedecía a que la obra de Kertész “examina la posibilidad de la vida y del pensamiento individual, en una época donde los hombres están supeditados casi totalmente al poder político”. Se habló también de “la degradación del hombre en la vida moderna”. Por tratarse de un escritor judío, quien fue internado por los nazis en un campo de concentración, eso de “vida moderna” se aplicó exclusivamente a los terribles años del holocausto (1933-1945).

Con demasiada frecuencia confundimos la expresión Edad Moderna con “época contemporánea”. No tengo ninguna duda de que Imre Kertész, como todos los escritores de verdad, “defiende la frágil existencia del individuo contra la crueldad bárbara de la historia”. Es claro que la Segunda Guerra Mundial afectó miles de personas en Europa y otros lugares del planeta. Nada puede disminuir el horror que Hitler y su partido diseminaron por todo el viejo continente. Sin embargo, cualquier persona que mire atentamente a su alrededor, en este preciso momento, sin importar en cuál país se encuentre, podrá ver signos inequívocos de la degradación colectiva actual.

No se trata de que un partido político totalitario imponga una doctrina, establezca un Estado policial o extermine a opositores y a ciertas minorías étnicas. Nada de eso. Esta época feroz y despiadada emplea métodos más sutiles que los de Hitler y Stalin. Lo contrario de una transfusión de sangre es una extracción o sangría. En los días que corren a los hombres les son exprimidos los ideales, se les enseña a ser depredadores, a no cultivar interés alguno por la suerte de los demás seres humanos.

La consigna es: “apalea a tu prójimo lo más que puedas; de lo contrario, te apalearán a ti”. La inversión de la máxima cristiana viene dada por la competencia de mercado. Los grandes empresarios practican la “entropía negativa intencional”. Mi competidor o rival sólo tiene tres caminos: muere, se desangra, o languidece… gracias a mi esfuerzo continuo por sacarle la molleja. La gran literatura siempre encuentra temas de crispación o de consolación. (Pecho y espalda, 2003).

 

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