Samuel Santana – Nuestra justicia

Samuel Santana – Nuestra justicia

La justicia dominicana no está vendada, ella sabe muy bien a quién trata y cómo lo trata.

Sabe diferenciar claramente entre el delincuente de cuello blanco y el ladronzuelo de patio que se roba un pollo. Al primero lo pone en la calle en un dos por tres mientras que, al otro, lo posterna a un ambiente nauseabundo tras unos barrotes rígidos.

La realidad nos indica que por esas calles de Dios hay individuos que le han hecho muchos daños no a una persona ni a dos, sino a todo el pueblo dominicano. Son personajes que con la apariencia de santo terrenal y con la astucia de un Mago Fedor se han robado los dineros de ciudadanos, dejando a muchos padres de familias en la miseria, en la depresión, preocupados y sin alternativas. Y que han quebrado los negocios de hombres trabajadores que depositaron su esfuerzo y sacrificio en sus manos.

Esa falta de honestidad y de responsabilidad les han tragado parte del prepuesto a la nación, le ha robado a los niños la oportunidad de tener mejores y nuevas escuelas, a los enfermos de hospitales dignos y de medicamentos para curar sus males y a los obreros de mejores condiciones de vida.

Sin embargo, esos individuos se han salido siempre airosamente con la suya gracias a que se les dio un tratamiento judicial tremendista pero poco efectivo en la acción y en la efectividad de la aplicación de las leyes consagradas en nuestros códigos y en la Constitución.

Y qué se puede esperar de una sociedad donde en las altas esferas se encubran los actos delincuenciales y si se descubren se le aplica una justicia con una mano tan de seda que el transgresor recupera su libertad en un santiamén?

Donde no hay justicia no sólo impera la injusticia, también el caos.

La histórica experiencia dominicana dice que a los pobres de este país se les dificulta que se les conozcan sus casos en los tribunales, por leve o grave que sean; algunos de ellos han tenido que durar más tiempo del que deberían pasar en caso de que se le aplicará el castigo real a sus delitos.

La falta de reconocimiento a su integridad humana lleva a que se enfermen, sufran y, hasta, mueran en medio de la desesperación y del tormento que produce un lugar que sólo se presta para incentivar más la denigración del ser.

Pero en el lado opuesto, y estableciendo una diferencia abismal, a todos aquellos que cuentan con nombres y apellidos altisonantes cuando la justicia hace algún amago en su contra, se les coloca en celdas o pabellones confortables, con lo que se comete casi un pecado al denominarlos con el nombre de celda o de cárcel. Las características de lo que son desdice mucho de lo que comúnmente se piensa que deber un lugar como este en un país

como República Dominicana.

Lejos de vivir las peripecias de los hijos de Machepa, quienes se baten entre la violencia, el mal olor, el peligro, la estrechez, las enfermedades y las necesidades, estos magnates se las pasan bajo el servilismo de altos mandos militares, políticos, comunicadores, religiosos, abogados y….

Si el desarrollo, sosiego y estabilidad de una nación están íntimamente vinculados al comportamiento de su sistema judicial, ¿qué se puede esperar entonces de República Dominicana con estos comportamientos?

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