Samuel Santana – Realidad espeluznante

Samuel Santana – Realidad espeluznante

En estos momentos el país se encuentra bajo los fuertes embates de una crisis aguda.

El descalabro económico va cuesta abajo velozmente. Los precios de los combustibles, de los artículos que conforman la canasta familiar, de los medicamentos, de la energía eléctrica, del servicio telefónico, se han colocado muy distantes de los niveles de hace apenas unos meses atrás.

El descontrol de esta agitada carrera tan agresivo que algunos productores han decidido dejar de colocar algunas mercancías en el mercado por la imposibilidad de ser adquiridos por los consumidores.

El incremento tormentoso de la tasa del dólar ha llegado a que el peso dominicano pierda alarmosamente su capacidad de adquisición. Las amas de casa tienen que romperse muchas veces la cabeza tratando de ver cómo pueden preparar una simple comida. Lo que el padre de familia deja en la mañana antes de marcharse por esas calles de Dios se vuelve sal y agua en el colmado de siempre.

La misma situación vive la clase media y alta cada vez que entra a un supermercado. Ir a uno de estos establecimientos con dos o tres mil pesos es someterse a una presión traumática. Llenar uno de esos carritos requiere de rascarse bien los bolsillos. Los famosos precios especiales ya no tienen nada de especial y hay productos, como la leche y el queso, que da pánico mira sus precios.

Sin embargo, y de manera contrapuesta y paradójica, los salarios de los obreros y empleados se van reduciendo con la misma intensidad que se disparan las cosas.

El nivel de la vida de los dominicanos se ha deteriorado a un nivel impensable.

Hay parejas que han tenido que irse a vivir a la casa de sus padres por no poder pagar la casa. Son muchos los planes de viviendas que hay paralizados ante la imposibilidad de que la gente genere recursos para adquirirlos.

Mucho espacio habría que invertir relatando todo lo que los dominicanos hacen en estos momentos para poder sobrevivir a duras penas. Algunos hasta empeñan con mucha anticipación el salario que devengan.

Pero esta misma gente está prohibida de enfermarse en este país y más ahora cuando el sistema público de salud pierde la batalla contra enfermedades mortales.

El gobierno de vez en cuando inaugura un hospital o centro médico pero los que hay carecen de medicamentos elementales, de cama, de higiene, de equipos y de un personal conforme. En los hospitales todos están enfermos, pacientes, médicos. Unos del cuerpo y, otros, del alma.

Definitivamente, en nuestro país los ciudadanos han retrocedido a unos niveles de vida propios de un pasado fantasmal y que se había superado con mucho esfuerzo y sacrificio.

Hay unas manos conductoras que han llevado esta embarcación al garete y por el ojo de una tormenta. Se ha perdido la ruta del progreso, del sosiego, de la paz y la tranquilidad.

El presente inmediato es indescifrable. Podría ser, pero la testarudez y las ansias de poder obnubilan el pensamiento y nos adentra cada vez más a un temible mar proceloso.

Es ahora cuando más encaja la famosa frase del Chapulín Colorado cuando preguntaba: «Oh, y ahora, ¿quién podrá defenderme?».

No hay quien lo haga y por muchas razones.

Los otrora grupos sindicales que arremetían agresivamente contra los gobiernos hoy están bajo la sombrilla de un partido oficialista grande. Algunos han llegado a ser lo que nunca pensaron que serían: prósperos empresarios. Esas voces redentoras de las masas desposeídas y explotadas han quedado silenciadas. Llegaron a la conclusión de que luchar en nombre de otro no es negocio. Negocio es venderles a esas masas la idea de que todo está bien y de que hay que dejar trabajar en paz al Gobierno.

Los medios de comunicación no contaminados protestan, pero a sabiendas y a riesgo de sufrir presión, castigo publicitario o el cierre de sus operaciones. Estamos en una democracia que subsiste a fuerza de gran sacrificio.

La pregunta no sería hasta dónde son capaces de llegar apretando la tuerca, pues se ha visto que podrían llegar mucho más lejos. Lo mejor es plantearse, ¿hasta donde será el pueblo capaz de seguir soportando estoica y pacíficamente tanta presión.

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