Hace 25 años me referí al béisbol como una de las pocas experiencia en que el dominicano podía ser parte de una actividad organizada, ordenada, limpia, en donde bola es bola y el strike, strike sin mayores discusiones. Muestra que no todo es trampa, que hay un orden institucional y una “vida social” posibles. La afición al béisbol nos está preservando del desastre moral que, aunque se trate de una forma de evasión socialmente promovida y pautada, no deja de tener riesgos, junto al alcoholismo “social” que también determinadas empresas de bebidas patrocinan.
Nuestra juventud está fuertemente expuesta a formas tenaces y provocadoras de propaganda consumista y erótica; simultáneamente a las exhibiciones de formas desnaturalizada de corrupción política y administrativa; pero también, “social y cultural”. Ante lo cual, es posible que fanatismo y afición deportivos sean los elementos salvíficos respecto al desastre conductual. Por lo menos, (también repito 25 años después), se trata del único evento donde las mayorías de “gentes de a pie” gana alguna vez en sus vidas. Y se alegran ¡grandemente! (increíblemente), y …¡de gratis! No en vano Erasmo de Rotterdam se inmortalizó con su “Elogio a la Locura”.
El béisbol, como otras evasiones o diversiones, es “sal de nuestra vida”. El consumo de alcohol y estupefacientes tiene consecuencias indeseables y a menudo inmanejables socialmente.
El deporte profesional y de masas es un fenómeno “enloquecedor”, alienante, parte del circo que complementa el poco pan del que muchos no alcanzan a satisfacerse. Especialmente, en países en los que se han descendido demasiado la moral política y social y el sentido de lo legal y lo justo.
En estas circunstancias, el individuo con poca formación moral, con débil apego a la familia, a valores, está en enorme riesgo.
Especialmente por la presión a ser parte de la globalidad consumista, suprema aspiración del “homo economicus globalizado”. Esa tensión y conflicto entre las necesidades básicas no satisfechas, y las aspiraciones inducidas por la mercadotecnia, paralelamente con la mala distribución del ingreso y el enervante e irritante espectáculo de la corrupción y la impunidad, llevan al individuo a lo que Robert Merton definió como “conductas innovadoras”, rebeldes y evasivas: a “inventar pendejadas”. Ninguna de las cuales produce transformación social, sino tan solo más anomia, pues la evolución social requiere de la dirección de parte de élites de alguna especie. La carencia de identidad de los dominicanos, esto es, la no posesión de una identidad moralmente íntegra y direccionada, con propósitos comunes y con un Proyecto futuro de nación, llevan a más y más disolución y evasión.
Por lo cual, el deporte de masas, nuestro béisbol, asume un rol de religión salvífica, de mesianismo: El pueblo gana o puede ganar, este o el próximo campeonato. Niños y muchachos anhelan ser de grandes ligas; los papás y toda la familia los llevan al “play”, soñando con la gloria, con alta estima social, con millones de dólares.
El béisbol los suele librar del desastre moral, cultural y económico. ¡Qué bueno que esos muchachos suelen creerle a Dios!