San Martín de Porres,  historia de una escuela

San Martín de Porres,  historia de una escuela

POR MARIEN A. CAPITÁN
AZUA.-
Una cruz de papel de aluminio recibe cada día a los 335 estudiantes de la Escuela San Martín de Porres, un centro educativo que funciona en una pequeña y humilde iglesia que está situada en el barrio El Hoyo.

Una vez dentro, se descubre un pequeño altar de cemento desde el que San Martín de Porres vigila a cada uno de los estudiantes que allí reciben clases. Junto a él, las velas que una vez fueron encendidas y unos ramos de flores marchitas que hablan de que el abandono se ha hecho eterno en este lugar.

Esto, sin embargo, no parece importarle a los alumnos de esta escuela. Ellos, indiferentes ante los viejos y carcomidos bancos de la iglesia que son arrinconados junto a la gastada mesa del altar, viven ajenos a todo lo que les rodea.

Bien lo explica la profesora Yurlandia Matos, quien se queja de que es difícil impartir docencia en un espacio como éste en el que los pupitres se suceden unos a otros sin ningún orden: los cursos, sin división, se suceden unos a otros.

Quejándose del caos que suele generarse a causa de la nada que separa las “aulas”,  Matos indicó que a esta escuela llegan muchos niños con problemas de conducta, lo que hace más difícil la situación. “Por más que queramos construir conocimientos, como se trabaja aquí, no podemos. La educación tiene que darse con condiciones”.

Por otro lado, la directora de la escuela, Isabel Suero, explicó que los alumnos se reparten en dos tandas. Pese a ello, asegura que están trabajando en una condición pésima. “Este local es prestado, no nos cobran alquiler ni nada, pero es difícil trabajar así”, señala al tiempo de agregar que la escuela fue fundada hace diez años.

Lamentando que la promesa de una nueva escuela se fue con las autoridades pasadas, Suero manifestó que están a punto de quedarse en la calle: en un mes tienen que trasladar la escuela, por lo que están construyendo una enramada en un solar cercano que es propiedad de la institución.

Estar en la enramada, sin embargo, quizás sea mejor que continuar en este lugar en el que el calor y la oscuridad compiten para ver cuál de ellos puede llegar a molestar más. Así, además, evitarán tener que guardar los bancos de la iglesia para poder poner los deteriorados pupitres y las desvencijadas pizarras que usan cada día.

A pesar de todo esto, y aunque su escuela dista mucho de lo que debería ser, los estudiantes de este centro reciben cada mañana la bendición de San Martín de Porres, un santo que quizás algún día les conceda el milagro de aprender como Dios manda.

 

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