Es sorprendente la manera irresponsable en que el morbo anticristiano pretende hacernos creer que el judío de Tarso, como describiera el historiador español César Vidal al apóstol Pablo, padecía de epilepsia. Claro está, cuando se les pide a esos inventores de historietas las fuentes en que fundamentan su errática posición, no son capaces de mostrar escritos fidedignos de autores del primer siglo que confirmen esa “condición” de salud del apóstol de los gentiles.
Es importante aclarar que ser epiléptico no constituye pecado alguno, sin embargo, el propósito de quienes hacen a Pablo paciente con este diagnóstico, la única intención que les inspira es detractar el Evangelio y con ello a los paradigmas de la fe cristiana.
Si algo positivo tiene la frágil historia de un San Pablo epiléptico, es que quienes la inventaron manifiestan consciente o inconscientemente creer en lo escrito en el texto sagrado judeocristiano. Partiendo de esa premisa, es importante pedirles a esos neófitos bíblicos leer nuevamente el único libro histórico neotestamentario, a decir, Hechos de los apóstoles, pues en el pasaje víctima de su errática exégesis se describe claramente que la voz que escuchó el hasta entonces Saulo de Tarso, cuando una teofanía interrumpió su marcha hacia Damasco, también fue escuchada por las demás personas que le acompañaban.
Entonces cabe la pregunta para que alguien que trabaje con cerebro responda: ¿Sufrió Pablo y todos los que le acompañaban un episodio de epilepsia colectiva simultáneamente cuando escucharon todos ellos al mismo tiempo “Saulo, Saulo, por qué me persigues…? La respuesta es claramente no. Todos estaban en condiciones de escuchar la voz que desde lo alto cambiaría la historia de los gentiles.
La autobiografía del apóstol Pablo nos revela el alto grado que tenía en la sociedad religiosa judía, formado a los pies del maestro Gamalier, entre otros méritos paulinos que por demás eran totalmente incompatibles con las personas que padecían de epilepsia en la sociedad que abrazaba el judaísmo, fundamentado tanto en la Torá como en el Talmud, pues a éstas se les prohibía desarrollar el tipo de vida que desarrolló San Pablo.