Este viernes fue sangriento. La violencia intrafamiliar sumó tres víctimas adultas, aumentó en cuatro la cifra de huérfanos y agrandó la impotencia que embarga a una sociedad que no sabe qué hacer para frenar los feminicidios.
Hay la sensación de que, como en otras oportunidades, los móviles no son cosas que no pudieran resolver las palabras y la tolerancia mutua. En San Pedro de Macorís, un médico asesinó a tiros a su esposa y colega y luego se suicidó. Una niña de 4 años quedó en la orfandad. En el ensanche Luperón, un comerciante asesinó a su esposa, a una vecina y terminó suicidándose en la carretera que conduce a Samaná. Este arrebato de violencia deja huérfanos tres hijos de 15, 13 y 4 años de edad.
Un aspecto terrible de la situación es que cada día se suman más casos de este género de violencia sin que se sepa que las autoridades están haciendo algo objetivo para enfrentar las causas. Es notorio que no hay programa especial alguno de asistencia sicológica para los huérfanos y familiares cercanos de las víctimas. Es probable que tampoco haya un registro de las tendencias que conducen a esta violencia. Los lamentos y retórica de las autoridades ante estos hechos no desembocan en acciones específicas contra los arranques de violencia intrafamiliar. Es frustrante que estemos anclados en la suma de víctimas y que la inacción nos lleve a superar nuestros propios récords sangrientos.
Lo morado en el gasto público
En este país de clientelismo político crónico, no causa extrañeza una declaración como la del canciller Carlos Morales Troncoso, en el sentido de que el 92% de los cargos del servicio exterior son del partido de Gobierno. La afirmación le asigna a esa porción del gasto público el color morado del arcoíris político. Inevitable resulta que aludamos que el ex presidente Leonel Fernández le asignara responsabilidad blanca al enorme déficit fiscal dejado por su administración y que habría heredado de una anterior y ajena a su partido.
A partir de estas posiciones, el país tiene una idea de los matices del enorme hoyo que ahora se pretende cubrir con una reforma fiscal que obligaría a apretarse los cinturones sin importar en cuál de los colores del arcoíris político esté situado el afectado. Todo se resume en clientelismo político puro y simple, alimentado desde las fuentes del erario.