Sangre y pobreza

Sangre y pobreza

SERGIO SARITA VALDEZ
Cual signo fatal estampado en la frente, se yerguen con un brillo creciente la violencia homicida y su perenne acompañante, la pobreza. Ambas pestes sociales son gemelas que cabalgan montadas sobre el lomo de una Patria cansada de trotar hacia el hasta ahora incumplido deseo del patricio de vernos “libres, felices, independientes y tranquilos”.

Ni felices ni tranquilos pueden sentirse los 403 muertos que en lo que va de año, es decir, de enero a mayo de 2008 han sido sometidos a autopsias en el Instituto Nacional de Patología Forense, víctimas de balas homicidas o del filo de un arma blanca. La inmensa mayoría de los casos han correspondido a masculinos jóvenes procedentes de los barrios pobres de Santo Domingo y zonas aledañas. Una característica común de estos es la poca escolaridad de los mismos y su estado de desempleados. En un buen número de ellos el arma de fuego correspondió a una pistola disparada por un agente policial, en menor cuantía se trató de encuentros entre bandas juveniles. En varios de los cadáveres solamente se tiene la información de que fueron encontrados sin vida tirados en la calle o en algún otro lugar desolado.

Las muertes por arma blanca sucedieron en medio de altercados entre conocidos que discutieron por razones de índole trivial, altercados familiares o motivos pasionales. Los feminicidios fueron por arma de fuego y cuchillo, siendo el móvil el robo, la violación o la discusión pasional. Para sorpresa nuestra, en cerca del cinco por ciento de los fallecidos se detectó infección por el virus del SIDA. Pruebas positivas para alcohol y cocaína ocurrieron todavía con más frecuencia. Casi todos los cadáveres examinados mostraban afección crónica de dientes y encías, señal de una deficiente higiene bucal.

En solamente cinco meses hemos realizado unas setecientos veinticinco autopsias en donde un 56 por ciento son de naturaleza homicida; el resto correspondiendo en orden decreciente a muertes naturales, accidentales y suicidios. Las defunciones por enfermedades se reparten entre muertes súbitas cardiacas, decesos maternos por hemorragias e infecciones y muertes pediátricas por trastornos gastrointestinales y respiratorios infecciosos acompañados por deshidratación y un estado de shock irreversible. Como puede notarse se trata de males prevenibles y curables.

Tenemos una enorme tarea de salud por delante. Nuestra población de limitados recursos económicos, que compone la mayoría, tiene poca preparación académica y, para colmo, muchos jóvenes son desempleados pero están sumergidos en el consumo de alcohol y de drogas. Creemos que tenemos una casuística que constituye de por sí una muestra bastante representativa de los efectos combinados de la violencia y de la pobreza en una masa no integrada en la maquinaria productiva de la nación.

La poca educación acompañada por el ocio y los vicios convierten a estos jóvenes en potenciales delincuentes listos a arrebatarle las pertenencias de valor a cualquier distraído ciudadano que transite de manera inocente por esas calles de Dios. El diagnóstico está hecho; procede ahora emplearnos a fondo y con firmeza en la forma de tratamiento a corto y largo plazos.

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