Santana aplastó a los liberales e inició una purga racista II

Santana aplastó a los liberales e inició una purga racista II

POR FRANKLIN FRANCO
Como se conoce, a pocos meses de proclamada la República, los principales miembros del sector liberal fueron aplastados por el sector conservador dominicano, hechos prisioneros y expatriados. El grupo triunfante, encabezado por Santana, nuestro primer presidente, y primer tirano, Bobadilla, Báez y otros, que nunca creyeron en la posibilidad del mantenimiento de una Republica Dominicana, «libre e independiente de toda potencia extranjera» como lo deseaba nuestro patricio, sino bajo la férula de un protectorado de una gran nación –Francia, España, Inglaterra, Estados Unidos– durante muchos años impusieron su voluntad y sus concepciones hispánico-racistas.

Expulsados los principales líderes del movimiento liberal independentista dominicano, Santana, convertido en déspota, inició una purga racista. La primera victima lo fue la mulata María Trinidad Sánchez, fusilada el 27 de febrero de 1845, el mismo día en que se cumplía el primer aniversario del surgimiento de la República; a ella siguieron otros, pero el crimen más escandaloso lo fue el fusilamiento de José Joaquín Puello, un mulato convertido en una de las principales espadas de nuestras guerras de independencia.

Saint-Denys, cónsul francés que actuó por aquellos días como consejero de Santana, uno de los principales artífices del proyecto proteccionista galo, escribió sobre éste: «siempre enemigo de los blancos y hostil a Francia, fruto de los perjuicios de su casta, no puede ser manejado. Peligroso para la tranquilidad y el mantenimiento del orden, capaz de realizar todos los excesos para alcanzar sus objetivos, creo que es indispensable alejarlo de los asuntos políticos e incluso del país. En esto trabajo activamente sin que él se de cuenta. Si logro, como tengo la esperanza, alejar de la ciudad a los soldados negros, que constituyen su única fuerza, no tendríamos nada que temer de él. El ser comandante de la plaza de Santo Domingo, investido desde hace cuatro meses, lo ha convertido, sin excepción, en peligroso y odiado por todos los partidos».

En 1947 el gobierno de Santana tomó una disposición para favorecer la inmigración de personas de la «raza blanca». Esa acción originó disgustos entre la oficialidad negra y mulata del ejército.

Esa actitud, según el biógrafo de José Joaquín Puello, Víctor Garrido, profundizó sus diferencias con la cúpula hispanófila gubernamental, y ese mismo año, en diciembre, fue acusado junto a sus hermanos, también oficiales del ejército, de dirigir una conspiración negrófila, contra el gobierno. Fue fusilado el 23 de diciembre de 1847.

La tesis de los sectores conservadores enquistados en el poder, que expresaba que la existencia de la República no era viable sin la protección de una gran potencia, más el planteamiento que sostenía que éramos un pueblo de profundas raíces hispánicas, agregado al rechazo de todo vínculo de nuestra nación con los elementos culturales negros, en unidad a otras razones económicas y políticas, nos condujo a la Anexión en 1861, año en que fue arriada la bandera nacional e izada la española, y la novel República se convirtió en una provincia de España.

La anexión fue afortunadamente breve, pues poco después se desató en el país el movimiento cívico militar de mayor arraigo popular del siglo XIX dominicano y el ejercito ibérico y los anexionistas nacionales, fueron humillantemente derrotados mediante una lucha guerrillera que duró casi dos años, y que dejó miles de muertos en los campos de batalla.

Como consecuencia, los planteamientos teóricos sobre nuestros ancestros fundamentalmente hispánicos sucumbieron. Pero los sectores intelectuales pro-oligárquicos, temerosos de la potente incursión en el plano social y político de los líderes negros que se habían distinguido en la Guerra de la Restauración de la Republica, no dilataron en elaborar una nueva interpretación sobre nuestros orígenes como nación.

Entonces, se inventaron que la participación aborigen en nuestra formación, en nuestras costumbres, nuestra idiosincrasia, en fin, en nuestras tradiciones, jugó un papel capital en la formación del pueblo dominicano. Todo ello, a pesar de que los documentos históricos señalan, que los conquistadores españoles de nuestra isla exterminaron completamente la población india, en pocos años durante el siglo XVI.

Como se sabe, el indigenismo surgió como corriente cultural y actividad literaria de acento político en Suramérica, Centroamérica y México, como respuesta ideológica de claro matiz autóctono nacional contra aquellas corrientes retrógradas prehispánicas que surgieron allí, tratando de embellecer el odioso pasado colonial.

En esos lugares, en tal virtud, el indigenismo exhibió elementos progresistas; en nuestro país, en cambio, fue un intento claro de detener el afianzamiento de un verdadero nacionalismo dominicano que pudiera exhibir las auténticas raíces de nuestra conformación nacional y, consecuentemente, de nuestra identidad.

El indigenismo se inicio aquí en 1867 con el drama en tres actos, escrito en versos «Iguaniona», de Angulo Guridi, obra que en principio no tuvo mayor repercusión; continuó con «Fantasía Indígena» (1876-1877), de José Joaquín Pérez y alcanzó su madurez con la publicación de la novela «Enriquillo», editada su primera parte en 1879, de la autoría de Manuel de Jesús Galván.

Galván fue un clásico político arribista, secretario particular del dictador Santana, principal propulsor de la Anexión de nuestra nación a España, y durante el gobierno anexionista español, ocupó durante casi tres años, el cargo de Secretario del Gobierno Superior Civil.

La novela histórica «Enriquillo», escrita con prosa sutil, elegante y cuidadosa, se fundamenta documentalmente en informaciones que ofrece el Padre Las Casas, en su Historia de Indias, fue adoptada desde el siglo XIX, y aún permanece hasta nuestros días, como lectura obligatoria para el estudiantado dominicano.

La tendencia indigenista dominicana, pero muy particularmente la novela «Enriquillo» influenció profundamente a la juventud dominicana, sirviendo, para llamarlo de alguna manera, de útil instrumento ideológico que bloqueó durante décadas el surgimiento de una auténtica interpretación de nuestras verdaderas orígenes.

La vigencia de Enriquillo, debido a su profusa difusión patrocinada por el Estado en nuestra sociedad durante muchos años, y de otras obras indigenistas, crearon una original clasificación étnica del dominicano.

Así, por ejemplo, el negro dominicano no se autodefine como tal, sino indio oscuro, y el mulato, indio claro y el mulato más claro, indio lavado.

A partir de los últimos años del siglo XIX, paralelo al indigenismo, y muy estrechamente vinculado ideológicamente a éste, apareció otra corriente que expresa la fuerte presencia de restos ideológicos procedentes del sistema esclavista colonial, que les reitero, estuvo vigente aquí durante más de trescientos años: «El pesimismo dominicano».

El principal propulsor del «pesimismo dominicano» lo fue José Ramón López, quien publicó en 1898, una obra que durante décadas ejerció notable influencia en los círculos intelectuales, titulada «La alimentación y la raza».

Los principales elementos teóricos de este ensayo de López, provienen del darwinismo y de las concepciones biologistas de Spencer, que, como se conoce, alcanzaron gran arraigo en toda América Latina.

En la visión que nos transmite López, el pueblo dominicano, a causa de su hibridismo, no conserva los elementos esenciales que le puedan permitir su civilización y progreso.

«Nuestra raza (nuestro conglomerado humano) es la consecuencia de un largo proceso histórico de degeneración biológica de los propios elementos que le dieron origen; degeneración de la «raza aborigen», de la «raza conquistadora», que perdió al arraigarse en Santo Domingo la costumbre de comer lo suficiente; y la degeneración del «esclavo negro». 6

Véase además: F. Franco. El pensamiento dominicano. Editorial de la UASD, 2001. Pág.283)

La corriente pesimista ha sido prolífica en nuestro país, pues con diferentes matices, prendió con fuerza, incluso, en pensadores nacionalistas, como Américo Lugo, Francisco Henríquez y Carvajal, Francisco Moscoso Puello, Rafael Augusto Sánchez y en Joaquín Balaguer y Manuel Arturo Peña Batlle, quienes también fueron nacionalistas en la juventud.

De la visión catastrófica del pueblo dominicano y de la historia nacional que dibujó el pesimismo dominicano, surgió una idea nueva, que sostenía que para encauzar a nuestro pueblo por el sendero de la civilización, era necesario buscar la protección de un gobernante fuerte, tutelar, que lo guiase por el sendero del orden y el progreso.

El hombre apareció en 1930, instaurando una de las más brutales dictaduras que ha padecido nuestro continente. De lo anterior se desprende que el advenimiento de la tiranía de Trujillo, al igual que como ocurrió con el Mesías, es decir, con Jesús, fue durante mucho tiempo anunciada.

Bien llegado a este punto, oportuno resulta subrayar que los principales ideólogos de su gobierno, aportaron otro elemento ideológico novedoso, estrechamente vinculado al racismo, al indigenismo y el pesimismo: El mesianismo, elemento mágico que justificó las más terribles acciones represivas del déspota contra nuestro pueblo. Dentro de ese marco, la historia de nuestra nación se divide en un antes o después de 1930, año del advenimiento de ese gobierno.

Después de 438 años del descubrimiento –escribe uno de su más fieles colaboradores– «es cuando el pueblo deja de ser asistido exclusivamente por Dios, para serlo por una mano que parece tocaba desde el principio por una especie de predestinación divina: la mano providencial de Trujillo» afirmó Joaquín Balaguer. («Dios y Trujillo». Discurso de Joaquín Balaguer. Abelardo R. Nanita. Era de Trujillo. Ciudad Trujillo.1940. Pág. 58).

Peña Batlle fue aun más lejos, cuando sostuvo, que «hay en la personalidad de Trujillo y en el sentido de su obra la acumulación de fuerzas trascendentales, casi cósmicas, destinadas a satisfacer mandatos ineluctables de la conciencia nacional. Trujillo nació para cumplir un destino inmanente, imponderable, fuera de toda previsión sentimental». (Ibidem).

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