Santana y Báez, antecedentes del continuismo

Santana y Báez, antecedentes del continuismo

Si bien es cierto que la historiografía tradicional ha señalado la amenaza haitiana como la más peligrosa que se ha cernido sobre nuestra nacionalidad, desde los albores de su surgimiento cerca de la primera mitad del siglo XIX, lo es también que esta corriente del pensamiento ha subestimado, la capacidad aniquiladora que en este contexto ha tenido el continuismo político.

Capacidad funesta, origen de las más terribles tragedias, individuales y colectivas: las tiranías, los magnicidios, las pérdidas de la soberanía de estos casos en que el interés particular está por encima del general, se ha llegado incluso al traumático y vergonzante extremo, como suele suceder cuando en el tope de esa espiral inacabable de ambiciones, se llega incluso a sacrificar la existencia misma del Estado, tal como ha sucedido frecuentemente en América Latina, y muy especialmente en nuestro país.

Sin embargo, ambas amenazas, tanto la vecina como la reelecionista, anduvieron mucho tiempo tomadas de la mano, dependiendo muchas veces una de la otra, paseándose impasibles por los precipicios por donde oscilaba la infancia republicana. Pero esta concepción no es el resultado de una distracción, ni un «laissez»faire» intelectual, sino que es consecuente con la posición ancestral de la clase dominante, la oligarquía criolla, protagonista de este acontecer desde aquellos tiempos. Aparte de que este sector social siempre ha diseñado la arquitectura sutil de nuestra cultura. Esa, de la cual la historia constituye su fundamento.

Para muestra, basta un botón, en este caso un hecho. Pues ya lo decía Walt Witman, el gran poeta anglosajón en su célebre texto, Hojas de Hierba: «No hay argumento que resista un hecho que lo desafía». Nos referimos a la Anexión a España de la entonces naciente República Dominicana. Para justificar lo injustificable, en función del continuismo, de ese afán reiterado de mantenerse en el poder a cualquier precio, incluyendo la entrega de la República al mejor postor, Santana, el máximo representante de la oligarquía hatera, se aferraba a una falsa concepción doctrinaria.

La misma estaba basada en un supuesto fatalismo histórico, en el cual sucumbía la autoestima patriótica, con la exaltación de nuestras debilidades institucionales así como esa falta de fe en nuestras esencias y valores nacionales. En ese campo minado de pesimismo, la consumación de la traición era más que factible; viable, convincente.

Bastaba con que los representantes genuinos de la oligarquía criolla, como un Pedro Santana, y sus corifeos, anunciaran la eminencia de «la amenaza haitiana», para saltar apresurados a los pasillos consulares, a invocar y negociar el protectorado de una potencia extranjera, que como la metrópoli española, le garantizaba el usufructo de sus privilegios clasistas, como eran entre otros, la tenencia del latifundio, la posesión de los altos cargos administrativos, municipales y congresionales, y en especial, el mantenimiento de la esclavitud, con su secuela de mano de obra gratuita.

El gran patriota y escritor vegano, Federico García Godoy, en su obra magistral «El Derrumbe», escrita en 1914, pág. 114 y s.s., nos confirma estos criterios «de la combinación de dos factores importantes, o sea del pesimismo tenaz de los elementos que se mantienen aferrados a su criterio conservador; de su acentuada desconfianza en nuestra capacidad material y moral para la vida independiente y de un continuismo gubernativo cada vez más agresivo, y carente de escrúpulos, surgió la desdichada aventura de nuestra inconsulta anexión a la siempre recordada Madre Patria».

Este ilustre dominicano, al introducirse en estos temas, nos demuestra además, y con mucho pesar reconocerlo, la frustración de nuestro acontecer, porque a casi un siglo de escrito dicho volumen, las cosas siguen iguales por aquí, corroborando con Marx quien en el «Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, advertía: «la historia tiende a repetirse. Pero una vez como verdad, y otra como caricatura».

En este contexto, nuestra historia está sobrecargada de estas reiteraciones caricaturescas. Porque aún humeantes los cañones que vomitaban el fuego de la guerra restauradora de nuestra nacionalidad, y aún retumbando en las escarpadas montañas de «Quisqueya, el grito libertario de Capotillo, Buenaventura Báez el otro caudillo con quien Santana se disputara el poder por más de un cuarto de siglo, y a quien emulaba en sus prácticas continuistas, bajo los mismos métodos entreguistas de aquel, inicia en el languidecer del célebre período denominado el de los «Seis Años», una serie de proyectos anexionistas. Con estos Báez pretendía ganarse el apoyo para seguir quedándose en el poder, de la nación que se preveía entonces como la futura potencia hegemónica en nuestro continente, en función de la aplicación de los postulados doctrinarios de Monroe.

Convencido de ese vaticinio que en el fondo implicaba el virtual desplazamiento de Europa, por Norteamérica, en primer lugar hacia el Caribe, tal como lo consignara formalmente el Corolario Douglas a la citada doctrina, Báez promueve su plan más ambicioso y conocido de todos, en especial, por las proyecciones internacionales que tuvo, como fue el Proyecto de Incorporación de nuestro país a Norteamérica implementado en 1871, seguido de otro limitado al arrendamiento de la Bahía de Samaná, que al parecer hacía las veces de segunda opción, en caso de que el primero no fuera factible.

Lamentablemente Báez encontró varios obstáculos de peso en aquel ramal de su carrera entreguista que imposibilitaron sus planes. Uno de los más determinantes en el campo internacional, estuvo ligado a las estrategias expansionistas norteamericanas que en ese momento estaban limitadas al ámbito interno. Tales expectativas fueron colmadas por la Guerra de Secesión, que trasladó e implantó las relaciones de producción capitalistas en el Sur, erradicando las esclavistas para siempre en esa región, que hasta ese momento habían frenado el desarrollo histórico de aquel país, desde los albores de la colonización. De ahí el caluroso rechazo del Senado norteamericano a tales proyectos, especialmente en la persona del legislador Charles Summer, además de que el mismo afectaba geopolíticamente a la nación haitiana, con quien el gobierno del norte no quería entrar en contradicción.

País caribeño al que le ligaban seculares e importantes lazos comerciales, especialmente después que éste había abastecido al pueblo norteamericano del algodón que la guerra civil le había impedido obtener en el sur.

Los temores del citado congresista, pronto se vieron confirmados. El proyecto también encontró la tenaz oposición del pueblo haitiano, temeroso de lo que ahora se llama, Efecto Dominó». Ese que motivó por mucho tiempo la agresión del oeste al este, ya que si los EUA sentaban sus tentáculos aquí, la independencia del Estado vecino obviamente peligraba, como sucedió en sentido inverso durante la Primera Intervención Yankee a la isla, a principios del siglo XX, ya que Haití fue invadido primero y luego nuestro país.

Fue ante estas convicciones, que como vimos, se vieron ratificadas en el futuro, que también en el frente interno insular, se concretizaron planes de resistencia conjunta al citado proyecto, entre los altos dirigentes nacionalistas de los dos pueblos situados a cada lado de la antigua frontera de Aranjuez, como fueron Gregorio Luperón y Nisage Saget, reiterando la solidaridad ante el peligro común que se cernía sobre las soberanías respectivas de las dos Repúblicas, tal como había sucedido en el marco de la guerra contra la anexión a España, en 1861.

Pero Baéz no se rindió ante el rechazo del naciente imperio. Cegado por la frustración y el despecho, pero impulsado por su tenaz vocación continuista, volvió su mirada a su antiguo amo europeo, dispuesto a conferirle una estocada maestra a la Doctrina Monroe.

Fue bajo el estado de ánimo de una rabieta de corte antiimperialista que Báez negoció un empréstito con la casa británica Hartmont, por cual extraña paradoja, se convertiría a la postre en la génesis de la dependencia dominicana hacia el Norte, con lo que, aunque tardíamente, se concretizaron los designios antinacionales de Báez. Decimos esto, porque esta deuda le daría inicio al festival de compromisos que conduciría a la pérdida de la soberanía de la República, con la citada ocupación extranjera del 1916. Proceso que, como lo apreciaremos después entra en el espacio político de otras coyunturas internas y externas.

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