Santiago: contaminado y con tranvía

Santiago: contaminado y con tranvía

REYNALDO R. ESPINAL
Cuando en la penúltima década del siglo XIX el gran apóstol de la educación y la unidad antillana Eugenio María De Hostos visitó por vez primera la ciudad de Santiago, no pudo ocultar referirse con férvida admiración al que consideró su más caro y esencial atributo: la cohesión.

Con su agudo olfato de sociólogo había reparado Hostos no sólo en que era de Santiago,  por ser la cuna del liberalismo,  de donde surgían las más arriesgadas y benéficas iniciativas para enrumbar por senderos de progreso el rumbo de lo público, sino   y ello fue lo que cautivó más su espíritu  que en aquellos asuntos atinentes a su desarrollo cultural, económico y político existía entre sus munícipes y autoridades una especie de tácita complicidad, una especie de orgullo y espíritu local que a su juicio la convertía en «…la provincia más provincia de todas las provincias…».

¿No fue acaso esa convergencia entre las audaces iniciativas del sector privado local y lo mejor del espíritu público, lo que explica el desarrollo que a nivel educativo, cultural, económico y de infraestructuras ha alcanzado hoy la ciudad de Santiago?

Es el caso, sin embargo, que hoy  y ello ameritaría de un profundo estudio histórico y sociológico  en Santiago parece estar en baja el espíritu de cohesión encomiado por Hostos; en los temas relevantes que hoy demandan iniciativas conjuntas y esfuerzos mancomunados no andan a tono los espíritus. Un ejemplo de lo antes expuesto lo constituye,   qué duda cabe,  una especie de anormal resignación ante el mayor problema que pende sobre el presente y el futuro de Santiago: su salud y su calidad ambiental. Santiago es hoy una ciudad inmunda y putrefacta, herida de muerte por la polución y la humareda.

Aún,  y con todo ello,   no es esto lo más de lamentar. Duele más aún contemplar cómo andan las prioridades municipales dislocadas   uno ignora por qué vedadas intenciones   pero lo cierto es que hiela la sangre a cualquier santiaguense comprometido el anuncio de nuestra corporación edilicia, dando cuenta de que en el mes de agosto se apresta a iniciar la construcción de un tranvía. ¿Cabe mayor aberración,   por no decir que tal decisión entraña, una bofetada a la inteligencia y salud de los santiaguenses  que hemos visto cómo decrece cada día nuestra salud y calidad vital, debido a las putrefactas emanaciones del vertedero de Rafey?.

Muchos podrán pensar, por la lectura de lo expresado hasta el momento, que quien escribe pretende liberar de culpa a las autoridades nacionales  y más específicamente al Presidente de la República y las autoridades medio ambientales  en un problema de tanta envergadura? Nada más lejos de mi ánimo.

Con todo  no es en primer lugar la actitud del gobierno,  con todo y lo esencial que ello sea,  lo que en estas circunstancias me preocupa prioritariamente. Me preocupa más la falta de unidad de los santiaguenses que se percibe hoy para afrontar exitosamente la resolución de este problema, pues es el caso que a la hora de afrontar sus retos,  y así ha sido desde el siglo XIX,  no han sido nunca los gobiernos quienes han marcado rumbo a sus prioridades.

Primero poníase de acuerdo el liderazgo local en sus metas y luego se procuraba que coadyuvara el gobierno, pero sin ceder nunca ante el paternalismo estatal  las más de las veces enervante y castrador,   y más en nuestro país  cuando no está precedido de una fuerte voluntad asociacionista entre los mismos ciudadanos.

Hace un par de años,   en una iniciativa sin precedentes en la República Dominicana,  y como resultado de la articulación de esfuerzos entre la sociedad civil y las autoridades municipales,   Santiago elaboró su Plan Estratégico de Desarrollo, concebido para ejecutarse en diez años   y el cual tiene como norte y visión orientadora convertir a Santiago en la ciudad más competitiva y sustentable del Caribe. Viendo la desidia y la desarticulación que aqueja hoy al espíritu santiagués ante este acuciante problema, mucho me temo que las bien trabajadas como pertinentes iniciativas del Plan,      mueran por inanición.

Aún así   quizá sea preciso advertir   que lo que más nos urge a los santiaguenses en esta hora  es revitalizar el espíritu de cohesión, recuperar el orgullo y la ilusión, renovar ese espíritu de asociativismo que desde el siglo XIX les catapultó al papel de guía y centinela de las bonanzas patrias.

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