La ciudad de Santiago, de gente laboriosa y amante del orden y la limpieza, está virtualmente sepultada bajo montones de basura. Tal es la situación que médicos han advertido a través de los medios de comunicación que la ciudad está ante el riesgo de brote de enfermedades cuyos vectores se incuban en la basura. Y ni hablar de la multiplicación y proliferación de plagas transmisoras de enfermedades. La Ciudad Corazón ha cobrado un aspecto horroroso y un hedor insoportable por la acumulación y descomposición de tantos desperdicios.
Francamente no se entiende cómo el alcalde, Gilberto Serulle, se atreve a negar que hay descontrol en el sistema de recogida de basura. Las evidencias del descontrol están en cada calle, en cada esquina, en el área monumental y por todas partes. Habría que padecer anosmia y ceguera al mismo tiempo para pasar desapercibida la presencia de tanta basura como la que hay acumulada por doquier en Santiago.
El Gobierno municipal tiene que asumir la responsabilidad de hacerle frente al amontonamiento de basura. El Ministerio de Salud Pública debería declarar a Santiago bajo emergencia sanitaria, por la posibilidad de que la basura provoque brotes de enfermedades como el cólera, que ya ha atacado en Tamboril. Los munícipes de Santiago merecen que las autoridades que eligieron trabajen para ellos.
¿Qué está pasando aquí?
Algo grave, desde el punto de vista siquiátrico, debe estar pasando en un país donde un ex militar manipula irresponsablemente una granada que termina estallando, matándolo a él, a otra persona e hiriendo a dos menores, donde otro hombre, en un acto irracional, pone en manos de un niño de cinco años una pistola sobada y causa la muerte de un adulto, y donde dos policías entran armados a beber en una discoteca en la que se baten a tiros causando la muerte de uno de ellos y su esposa.
El 25 de marzo de este año y aludiendo una declaración del doctor Miguel Gómez, presidente de la Sociedad Dominicana de Siquiatría, publicamos un editorial dándole la razón cuando afirmaba que este país está de siquiatra. La cadena de locuras sangrientas que arrancaron entonces esa expresión del siquiatra, ha seguido su curso con manifestaciones como las que acabamos de referir. El país, sin duda, está de siquiatra.