Santiago, manzana de la discordia

Santiago, manzana de la discordia

En los años 60 y 70, la élite de Santiago se dividía entre balagueristas y perredeístas. Era algo así como la división carnavalesca entre joyeros y pepineros. Convergían en muchos espacios, pero sus lealtades políticas marcaban las distancias y confrontaciones.

En el pugilato, los aliados de Joaquín Balaguer llevaron la voz cantante. Gobernaron la ciudad y facilitaron que Santiago ocupara un lugar de primacía nacional.

Balaguer invirtió más recursos en Santo Domingo, pero la visión del desarrollo balaguerista se nutría de importantes aportes santiagueros. En educación, de la entonces (aún no Pontificia) Universidad Católica Madre y Maestra; en el desarrollo agrícola, del Instituto Superior de Agricultura, en el aporte empresarial comunitario, de la Asociación para el Desarrollo, y así sucesivamente.

A pesar de sus diferencias políticas, la élite santiaguera convergía en esas instituciones, y eso le daba un poder especial a la ciudad en el contexto nacional.

De ahí salió el Acuerdo de Santiago dirigido por los perredeístas en 1974, que a pesar del apogeo, no logró destronar al balaguerismo fraudulento. De ahí salieron también muchas firmas en defensa de elecciones libres en 1978 para que el PRD asegurara victoria con un candidato de la élite santiaguera.

No por casualidad  los dos presidentes del PRD de los años 70 y 80 surgieron de la ciudad corazón: Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco. Paradójico, porque el PRD no tenía en Santiago un bastión de apoyo electoral. Fue un fenómeno de élite, no de base; y fue tan significativo, que hasta el último presidente perredeísta, Hipólito Mejía, fue de Santiago.

El proceso migratorio hacia Santo Domingo y el ascenso del PLD al poder, con un proyecto político inicialmente enfocado en el electorado del Gran Santo Domingo, transformó las coordenadas políticas de Santiago.

Un reformismo moribundo no lograba aglutinar nuevos segmentos sociales, y el PRD abandonó a Santiago a pesar de que todos sus presidentes desde 1978 provinieron de allí.

De primacía, Santiago pasó a ocupar un lugar intrascendente en la política nacional dominicana a pesar de su tamaño.

Desde el poder, el PLD nunca ha desarrollado fuertes lazos con la reducida élite santiaguera, y sus principales dirigentes locales se mudaron a la capital a ocupar puestos gubernamentales. Además, sin grandes obras de infraestructura en Santiago, el clientelismo peledeísta no se expandió por el cuerpo social.

En ese vacío político se afianzó la figura política de José Enrique Sued. Proviene del reformismo, tiene vínculos con la élite santiaguera, y desde la sindicatura ha desarrollado lazos clientelares con sectores populares. Es buque insignia de un reformismo lánguido.

Es probable que con el apoyo decidido del gobierno central, un candidato peledeísta pudiese ganar la sindicatura de Santiago en el 2010, aún si el PLD, PRD y PRSC participaran solos. Es el cálculo que hizo la dirección peledeísta de Santiago cuando se opuso a cederle la candidatura a Sued por seis años.

Pero para el liderazgo nacional del PLD, es más conveniente llevar a José Enrique Sued, que aporta su propia base electoral y asegura el apoyo del PRSC en el 2010 y 2012.

Para el PRSC, Santiago es la única plaza clientelar grande a la que pueden acceder en el 2010. Por eso Santiago se convirtió en la manzana de la discordia pele-reformista.

Moraleja: el PLD nunca ha incrustado bien los tornillos con la élite ni el pueblo de Santiago, y en el Ayuntamiento enfrentaron un síndico que amarró la chiva y decidió repostularse.

El PLD gana en Santiago cuando arrastra al triunfo su popularidad nacional, no por méritos propios; porque en Santiago el PLD ha hecho poco.

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