Santiago; quien te vio y quien te ve

Santiago; quien te vio y quien te ve

Por ROSARIO ESPINAL
Tomo el título de don Arturo Bueno, barbero, padre de Isabelita, la dueña del salón de belleza donde por muchos años se congregaron tantas santiagueras.

Don Arturo, lo recuerdo canoso y esbelto, escribió de las transformaciones de la ciudad corazón desde fines del siglo diecinueve. Plasmó su asombro con los cambios que veía en su obra, «Santiago quien te vio y quien te ve», publicada en dos tomos en los años sesenta.

Mayor sería su asombro si viera el Santiago de hoy, porque en su tiempo, la ciudad no había cambiado tanto aunque tuviera planta eléctrica, agua y tuberías.

Es tentador romantizar en los recuerdos y admito que a veces me sucede cuando pienso en el Santiago de mi infancia.

La calle del Sol, la Restauración, 30 de marzo, 16 de agosto, Cuba y Las Carreras, el Monumento, el Parque Colón y el Duarte, los coches, el teatro Colón y el Apolo, los lechones (pepineros y joyeros), el hotel Mercedes y el Matún, el Antillas, las Aguilas Cibaeñas y Leña, la Academia Santiago, Amantes de la Luz, la Escuela México, el Liceo Ulises Francisco Espaillat, La Salle, el Sagrado Corazón, la iglesia de la Altagracia, la Mayor y San Antonio, el cementerio de la 30 de marzo.

Luego Balaguer construyó la Circunvalación y Santiago salió de su anillo pequeño para llegar con asfalto a su misma frontera natural con el río Yaque. Del otro lado quedó Bella Vista y después Jorge Blanco construyó La Barranquita.

Así, entre desmontes y tierra, Santiago se expandió hacia la sierra y fue borrándose la diferencia entre lo rural y urbano. Retornaban los serranos emigrados y las casas de las carreteras eran más costosas que muchas en el pueblo.

La circunvalación facilitó el asentamiento de barrios pobres en toda la periferia y la zona franca amplió las franjas obreras. Muchos cibaeños se mudaron a Santiago y fueron llenando los barrios populares y las urbanizaciones de capas medias que proliferaron a partir de los años setenta.

En dirección a Santo Domingo se asentaron los más pudientes, y en dirección a la sierra y la línea noroeste, los pobres y los acomodados emergentes con ayuda de remesas.

Esta transformación poblacional y de la geografía urbana santiaguera (no utilizo santiaguense) nubló la ciudad oligárquica que había permanecido casi intacta hasta fines de los años sesenta. Murieron algunos patriarcas y otros fluyeron a la gran economía capitaleña.

La migración de empresarios y profesionales debilitó el proceso de modernización incipiente, mientras que la migración desde los pueblos cercanos transformó el carácter cerrado de la sociedad santiaguera. Las universidades contribuyeron al reciclaje del liderazgo social de esos años.

Pero la crisis económica de los ochenta y la concentración de la inversión pública en la capital en los noventa impidieron que Santiago diera el salto a una ciudad planificada acorde con las necesidades de su crecimiento poblacional y reestructuración urbana.

Así pasó de ser una ciudad relativamente pequeña y ordenada en los sesenta a una mediana y deteriorada en los noventa. El centro de la ciudad perdió su encanto arquitectónico y comercial, y no surgió un polo alternativo de convergencia económica y social.

Las clases media y alta se refugiaron en los nuevos centros comerciales, mientras el resto de la población gestó una diversidad de mini espacios para su comercio y esparcimiento.

El Monumento, lugar histórico de encuentro, se deterioró con los vaivenes propios de las improvisaciones e ineficiencias de las autoridades, que no han hecho todo lo debido por protegerlo y embellecerlo. Hasta su iluminación ha sido fuente de controversia en meses recientes.

Entre construcciones dispares, el Monumento quedó atrapado. El Teatro del Cibao le robó el espacio venerado que permitía el flujo ligero de autos. Así le quitaron a Santiago la sensación de grandeza que producía entrar desde la autopista Duarte, contemplar el Monumento, llegar directo a su falda, escalarlo, y desde su cintura admirar a Diego de Ocampo, la ribera del Yaque, el firmamento azulado o las estrellas brillando.

En años recientes, Santiago ha seguido creciendo con un centro achicado, atrapado entre calles estrechas que han perdido su encanto, porque no se preserva lo antiguo ni se transforma lo viejo en lo nuevo.

La proliferación de peligros por robos, asaltos y droga, la escasez de agua y energía, la contaminación del vertedero y la congestión vehicular preocupan la población. Las comunidades protestan pero no se articulan todavía respuestas adecuadas para resolver los problemas.

Santiago: ciudad de empuje y retranques en toda la vida republicana, péndulo que se mueve entre la tradición y la modernidad; todavía pequeña para ser cosmopolita pero muy grande ya para permitir la intimidad pueblerina. Por su dinamismo conserva a pesar de los problemas los latidos propios de la ciudad corazón.

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