Santidad, sublevación y conflictos

Santidad, sublevación y conflictos

POR ANA ALMONTE
Las Guerras Santas no forman parte de un relato fantástico compuesto por bárbaros, sostiene el historiador Geoffrey Hidley en su libro Las cruzadas. 

Existieron bajo el pretexto de guardar el «alma» de los hombres para cuando se acerque el Juicio divino.  Y, paradójicamente, era necesario que estuvieran y se expandieran, siendo una de las mayores desgracias que ha parido la humanidad desde que esta comprende  que bajo  el cielo no solo hay agua y suelo. Hindley asegura que fueron bendecidas y financiadas por el  más alto representante de la iglesia católica: El Papa.

Las cruzadas, sus  altos representantes,  alude el investigador, pintaron la tierra  con sangre reprimiendo las creencias de la gente.    Este acontecimiento transformador, acaecido en Europa durante la Edad Media ocurre, resalta Hindley, por varias razones que prevalecen dentro y fuera del absolutismo católico:

La primera: la soberanía de la iglesia apostólica ante Tierra Santa apoderándose  a su vez de otros  territorios  que comprendían  España, Persia  y  gran parte de la India  del norte ( Las Cruzadas. pag. 15, Ediciones B,S,A, 2005)

Segunda: el teatro  justiciero que montaron los clérigos con el supuesto de amar a un  Dios encubierto por la sed de oro, despojando de la vida  a quienes no les servían. 

Tercera : la persecución de  herejes o paganos practicantes de la hechicería. Pero una de las razones más poderosas, tal vez la cuarta,  lo constituyó, afirma el  autor de Las Cruzadas,  la sublevación de   musulmanes o cruzados seguidores de Mahoma, quienes, tras la conquista de Jerusalén,  vencieron ejércitos profesantes del catolicismo. Todo esto trae, generación, tras generación, una interminable dicotomía entre varias naciones, que se consolida con la sucesión de una guerra a otra que aún no finaliza.

Fluyen  ahora las voces a favor y en contra del Cristianismo, el  «blablaberío» de los denominados   evangelizadores. Ellos insisten en  predicar   que la  muerte física  de Jesús se hizo evidente   para que nos salváramos todos del pecado y que sucesos como las Cruzadas ya estaban previstos. Si por un segundo  imagináramos a un Jesucristo  bélico, decidido a que nos curemos de la maldad y  posteriormente nos preparemos espiritualmente para su segunda aparición en la tierra (la  lucha contra  un singular «Anticristo») a lo mejor todo estaría consumado y consumido.

Y ante mis oídos han desfilado tantos conceptos y nombres  con relación a la estructura interior de la Santa Biblia que, alegórica y relativamente, sigo creyendo que todas las partes históricas, míticas y místicas  donde haya  quedado un vivo dispuesto a contarlo, predomina un testimonio de sublevación  siempre  por la conquista de algo.

 Mientras genuflexos esperamos la llegada del Mesías, en virtud de que todos los días  parecería que nos enfrentáramos contra el Diablo, la humanidad va y viene como una  noria donde , señala  Geoffrey Hindley , acciones como la Caída de las Torres Gemelas han  conmocionado al mundo y con él sus creencias religiosas.

 En tal sentido, todo se reduce a un siempre necesario ajuste de cuentas llevando como símbolo el esquema de una cruzada. Y afirmamos esto puesto que en el año 1918  cae ( Rusia) el zarismo  a manos de la sociedad civil ( guardia roja bolchevique), aparentemente asqueada por una burguesía  aristocrática compuesta por el Zar Nicolás II, quien «mataba» de hambre a la denominada clase obrera en virtud de  la promulgación de una serie de medidas represivas (Historia del siglo XX, 1900-1942, Océano, tomo I)  El Zar, la familia Romanov, fue asesinada y despojada de sus ajuares en lo que se coronó como una de las sublevaciones sociales más desafiantes del siglo XX. 

Diríamos que, más que una revolución, este acontecimiento se convirtió en  una  «cruzada» que dio curso a un conflicto mayor: aparición  del Socialismo.

En Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, media humanidad de judíos es asesinada en los campos de concentración  en lo que se conoce como el Holocausto. Al final de una guerra desintegradora  que convirtió a Alemania y a sus países aliados en un «cementerio marino», hipotéticamente con Hitler, considerado por muchos curiosos como el «Anticristo de los judíos»  no muere el impositivismo Nazi  si pasáramos lista negra a semejante exterminio.

 Con el correr de los años 50, los negros del sur de los Estados Unidos lloraron. Aún  lloran por  su oscuro pasado marcado por el racismo, según Vincent Roussel en su libro Martín Luther King «Contra todas las exclusiones». Los estados del sur, resalta Roussel, son ejemplo del horror desde que el negro dejó,  en apariencia, de ser esclavo.

 Tras una lucha incansable,   las masas de color , víctimas de maltratos y crímenes sangrientos un día fueron escuchadas por quienes, más tarde, modificaron la constitución.  Esto fue posible porque aquella gente estaba representada por dos combatientes: el pastor Martín Luther King -luchar con la no violencia- y el convertido a musulmán Malcolm X,  quien se hacía llamar  «profeta  de una guerra santa contra el mundo blanco».

Siglos pasan,  décadas también  y todo el que se llame musulmán,  católico, evangélico, japonés, judío , ruso, alemán, conciente de su insignia  territorial,  trata de no mirar atrás pese a saber  que el grito ensalivado perdura y por esto o aquello hay que vivir con el cuchillo en la boca independientemente de si los comienzos de una protesta deben concluir con la la fuerza física.  En tanto que  en un país llamado República Dominicana  justo es mirar  nuestro pasado contestatario, según atestigua nuestra historia local,  para no sentir la  punzada de la envidia ante aquellos que han  alzado la voz por una o tal situación.  Actualmente, creemos  que  la República  Dominicana  se ha convertido en un Babel confundido gracias a la  modernidad.

Un territorio mudo, prendido en llamas   cuyos integrantes se arman de orejeras para no  asimilar por qué el fuego nos abraza  sufriendo enmudecidos las quemaduras.  Nuestro sentir  parece sujetarse al de un racismo  económico que como un pulpo toma  lo que no le pertenece y que  de buenas a primera,  en  boca cerrada, apoyamos. 

 Estamos  como anestesiados. Amén ante  las  evasiones de impuestos,  amén  con el bienestar  material  que exhibe una buena parte  de servidores del Estado. Sin embargo, todavía hablamos el mismo idioma, relativamente terminó la época de   emperadores, reyes y monarcas; nuestro sentir social puede ser uno aunque estemos divididos por infinidad de pareceres en cuanto a nuestra salvación espiritual en caso de que la haya. 

 Debemos confiar o querer confiar en que algún día, República Dominicana, el dolor de la gente  humillada que solo sabe pagar impuestos  a un  estado mayúsculo, atestado  de bienes materiales, afanoso por la construcción de una «corte» palaciega donde solo predomina  el gusto por las  «exquisiteces, se levante de su silencio y , a lo mejor, emprenda un peregrinaje misionero, distanciado de la verdadera santidad.

 Entonces,  sigo y seguiremos  escuchando  versiones a favor y en contra:  hay o no hay crisis en el país hasta el punto de arder.  A lo mejor  lo que  el viento nos traiga no será ni en sueño la construcción de  una Guerra  Santa  pues lustros llevamos de diferencias ideológicas.

Ni evangelizadora para exonerarnos del paganismo,  antihiltriana para atacar al nazismo, ni   de negros  estadounidenses luchando por el derecho a mejor transporte, como ocurrió en Montgomery  de 1955 con la ciudadana Rosa Parks que fue  detenida por agentes policiales porque en un autobús se resistió a dar su asiento a un blanco, apunta el autor de Martín Luther King; contra  todas las exclusiones.

No habrá que idear  liquidar a un «anillo» de poderosos, los Romanov, para que los más desposeídos  opten por un pedazo de pan. Será nuestra sublevación  orgánica, el grito patético de los nuestros,  decepcionados militantes de partidos locales, simpatizantes que no esperarán a que llegue su lugar en los centros de votación  confiando en la democracia. Tal vez  nos acerquemos, más temprano que tarde, a la creación  de una  particular cruzada, donde los dominicanos, con los calderos y bolsillos vacíos, simplemente digamos: no.

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