Santo Domingo en los versos de poetas

Santo Domingo en los versos de poetas

“Ciudad primada de América”, olvidada, ex profeso, en sus primacías e ignorada en su memoria, y sin embargo, cantada y nombrada por los poetas. Fue Neruda acaso el poeta que la inmortalizara en su aclamado y declamado Versainograma a Santo Domingo, en medio del luto y la sangre, cuando fue invadida por marines norteamericanos en 1965.

Santo Domingo pasó a estar presente con sus latidos, en la conciencia latinoamericana y mundial, con ese canto de solidaridad y ternura del Neruda social. Pocos recordarán que también Octavio Paz, en su etapa de izquierda, también la evoca no sin pesar en su poema Viento entero, cuando dice: “En Santo Domingo mueren nuestros hermanos”, poema integrante de su obra poética Libertad bajo palabra 1935-1957. Sin embargo, nadie sabía que Paz volvería a aludir, de manera solidaria a Santo Domingo, durante su lejana estadía en Nueva Delhi, mientras era embajador de su país -puesto del cual renunciaría en 1968, en repudio a la masacre de Tlatelolco de México, decisión que lo habría de dignificar para siempre como intelectual. A pesar de que luego se convertiría en un hombre heterodoxo y conservador, los dominicanos debemos sentirnos orgullosos de que a Paz le dolió el atropello que llevaron a cabo los marines norteamericanos contra la población dominicana en 1965, y esto se puede comprobar en las cartas que le enviara a sus amigos: al poeta español Tomás Segovia y al editor francés Jean Claude Lambert.

En el libro Jardines errantes. Cartas a J.C. Lambert,  1952-1992, Seix Barral, Barcelona, 2008, Paz le dice a Lambert: “Lo de Santo Domingo me tiene triste y rabioso. Es lo único que me haría volver: pelear activamente contra los angloamericanos” (pág. 160), fechado en Delhi, 25 de mayo de 1965.

Y en Cartas a Segovia, 1957-1985), Fondo de Cultura Económica, México, 2008, Paz le dice a Segovia: “Otro motivo de cólera y vergüenza: lo de Santo Domingo” (pág. 47), fechado en Delhi, 25 de mayo de 1965. Como se observa, ambas cartas tienen la misma fecha, y corresponden a los días en que la ciudad de Santo Domingo ardía en llamas en medio de la guerra cívico-militar, tres días antes de la invasión, que se produjo el 28 de abril. Nuestro país estuvo latente en la conciencia y la solidaridad de Octavio Paz durante todos esos días de lucha social y combate político. 

Otro caso, y el más insólito, es el de la poetisa norteamericana Emily Dickinson 1830-1886, mujer enigmática, solitaria e introvertida, quien en un poema de 1863, extrañamente alude a Santo Domingo así:

Podría traerte joyas
– si me lo propusiera-
Pero bastantes tienes-

Podría traerte esencias
de Santo Domingo
Colores – de Veracruz-
Fresas de las Bahamas-tengo-

Pero esta trémula llamita
Meciéndose- en la pradera-
Me agrada- más que esas otras. 

Formada en una educación calvinista muy rígida, la cual volcó en su concepción del mundo, del arte y de la vida, Dickinson se aisló del mundo público y cinceló, con un manto de silencio y misterio, sus obsesiones personales. Prefirió distanciarse y no admitir “contacto con nadie que no estuviera a la altura de sus conocimientos y de sus afectos”. Con la excepción de sus preceptores y maestros -Benjamin Franklin, Emerson o Samuel Bowles-, esta poetisa, que forma el concierto de las voces más representativas de la tradición poética norteamericana, tuvo pocos vínculos con el mundo intelectual y cultural americano.

De personalidad reacia y tímida, Dickinson fue secretamente conformando su obra poética, y sólo mantuvo un intercambio epistolar con contados amigos de su círculo íntimo. En sus versos, de impecable factura expresiva y de corte aforístico, resuenan los silenciosos ecos de su personalidad esquiva, recluida en un viejo caserón rural de su abuelo. Allí vivió en un espacio puritano, con escaso contacto con el mundo exterior, a la manera en que vivió su admirado émulo Thoreau, en medio del bosque solitario -y donde pasó la mayor parte de su vida y los años de la Guerra Civil. A partir de 1861, se sumergió en lo que ella misma llamó “mi blanca elección”, y fue así que empezó su costumbre de vestirse de blanco hasta su muerte en 1886.

Su obra permaneció inédita, y sólo se dio a conocer cuatro años después de su muerte, cuando se editó el primer volumen de sus 1775 poemas que escribió entre 1858 y 1865. Dickinson posee un estilo muy libre, con una puntuación muy hermética, que revela su propia personalidad intelectual. Sobre esta “blanca mariposa de la luz” -como se le llamó-, Borges  dijo: “No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y más solitaria que la de esa mujer. En su recluida aldea de Amherst buscó la reclusión de su casa y, en su casa, la reclusión del color blanco y la de no dejarse ver por los pocos amigos que recibía”.

Emily Dickinson como poetisa fue precursora del aforismo americano, por la estructura de pensamiento de sus versos. Prefirió conversar con las plantas y las flores a hablar con sus semejantes, esta ermitaña, cuyos confidentes eran la propia poesía que escribía y su piano, se retiró al bosque para buscar la soledad. Con su portentosa imaginación no necesitó viajar para nombrar ciudades y paisajes, como lo revela al cantar a Santo Domingo. Sus breves poemas encierran una proverbial sabiduría, cuyo universo imaginario refleja su experiencia perceptiva del mundo, dentro de los límites que se impuso en su vida y en su destino existencial. Poco se sabe de su vida porque su vida transcurrió en el movimiento de su mente. Su obra es más trascendente que su vida, que tuvo pocos acontecimientos y apenas una o dos aventuras amorosas no correspondidas. De vida hermética, pero de ideas abiertas, Dickinson no sintió nunca miedo de su opción solitaria sino que la disfrutó a plenitud, lo que le permitió elaborar su discurso poético, poblado de frases lapidarias y sombrías.  

Cómo no estar asombrados y orgullosos los dominicanos de sentirnos y sabernos que fuimos parte de su sensibilidad y su imaginario poético, una ciudad que apenas se conocía en el siglo XIX, y más aún, nombrada por tan gran poetisa, acaso la más solitaria y desolada de las que han sido, y una de las voces más altas del firmamento poético norteamericano, que comparte el parnaso con Whitman, Wallace Stevens, Eliot, Pound, William Carlos Williams, Robert Frost, Marianne Moore y Robert Lowell. A propósito de ser este año “Santo Domingo, Capital Americana de la Cultura”, no quedaría mal evocarla, en estos versos, donde nos pone en el mapa poético del mundo, cuando nos nombró, desde su aldea de Amherst, Estados Unidos, en 1863. Sería una magnífica ruta dejar escritas en bronce las letras en verso y prosa, de los grandes poetas y hombres de letras y de pensamiento, que nos han nombrado, donde estarían el de esta anacoreta de la poesía y del verso sombrío.

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