Santo Domingo hoy

Santo Domingo hoy

AMPARO CHANTADA
Los impactos de las políticas adoptadas para luchar contra “los terroristas que conforman el eje del mal” o para prevenir los atentados que podrían causar en algunas ciudades, se observan en definitiva como una restricción de las libertades civiles. Es evidente que somos ya sociedades bajo control riguroso, con solo nuestros pasaportes biométricos y las huellas táctiles llenas de informaciones. Con las tarjetas de “security” o de “sécurité sociale” somos localizables porque somos tributarios.

Estamos ya acompañadas del miedo y de una inseguridad institucionalizados bajo control de los organismos de seguridad, el despliegue de fuerzas policiales y militares apoyados siempre por los medios de comunicación con campañas mediáticas uniformizadas que difunden las políticas de seguridad universales. La estigmatización cada vez más fuerte de ciertas poblaciones refuerza ese sentimiento: para algunos los chiítas, para otros los talibanes. Entre las manos de uno de esos policías, aterrorizado, un joven brasileño pagó con su inocente vida, esa nueva enfermedad que padecen los organismos de seguridad del Estado y que se parece a una paranoia. Hoy, esos organismos de seguridad nos dicen que tienen “pistas” que tienen “sospechosos” que se les siguen “los pasos a las evidencias” y nos mantienen en una zozobra permanente.

Frente a situación de dudas y de sospechas, desde la guerra del Golfo, donde vimos la retransmisión en directo de los hechos, la realidad de la guerra ha cambiado. Es un hecho real y permanente. No hay dudas, nos proyectan la guerra, en el terreno de los “malos” contra “los buenos”. La guerra se ha vuelto familiar, forma parte de todos los noticieros como si nos quisieran acostumbrar a ella. La guerra ya se transmite en vivo, de noche, de día, los reporteros se confunden con los beligerantes y nosotros. Esta se retransmite en base a hechos, proezas, avances de tanques, bombardeos en la oscuridad, los periodistas están en alerta permanente, en vivo y asumiendo los riesgos del combate, sus avances, sus tropiezos. Se exponen cada vez más, se sitúan en general en medio de los bandos y lo encontramos normal. Ya no existe huso horario que impida una transmisión en vivo, ellas se hacen bajo las bombas o en pleno asalto para transformarnos en vecinos de los hechos, casi en protagonistas, pero sin tomar partido.

Los reporteros vienen de todas partes, son latinoamericanos, hindúes, árabes que asumen informaciones en el terreno de los hechos y que integran las grandes cadenas de televisión, son los testigos de acciones que no entendemos, que nos hacen compartir con la ausencia de toda estrategia, los hombres avanzan, las acciones desfilan, no hay hilo causal, no hay historia, ni historicidad. Así vimos como entre dunas, incendios y arenas, al final de la Guerra del Golfo aparecieron los pozos de petróleo en llamas que eran de toda evidencia, la meta final. Desde la guerra del Golfo, de manera cotidiana, asistimos a la guerra permanente, porque es evidente, ya la guerra es un hecho de la cotidianidad. Kosovo, Croatia, Afganistán, Gaza, impotentes, miramos poblaciones civiles alcanzadas por bombardeos y una ONU amaniatada, impotente como nosotros. Nos están diciendo que hasta la ONU es inoperante, solamente algunas naciones salvan la Humanidad de una barbarie inminente.

Es una evidencia, nadie nos protege, somos todos vulnerables frente al gran agresor mundial que con sus cómplices, amenazan la paz mundial, con argumentos que lo presentan en nación agredida o en peligro y por ese pretexto, se transforman en agresores. Nosotros incrédulos tenemos que creerlos. El miedo, desde la Edad Media, ha servido las peores causas de la humanidad, ella paraliza al ser humano, este observa los acontecimientos sin participar, contento con lo que tiene, sin jamás ver las posibilidades de una evolución positiva, este es el fundamento moral de ciertas políticas públicas contra la religión, el alcoholismo, la prostitución, el aborto y las drogas, la prohibición: es la estrategia hacia una cierta moral.

Frente a esa inseguridad universal, los gobiernos de los países desarrollados han reproducido a lo interno, ese estado de pasividad y de pánico. No estamos en el epicentro de los conflictos o de zonas potenciales, estamos lejos de todo conflicto, el Caribe es, en la coyuntura actual, zona fuera de peligro de todo acto terrorista.

Pero, paradójicamente en la ciudad de Santo Domingo, experimentamos hoy niveles de agresividad y de inseguridad jamás vistos, si exceptuamos los años de represión de los 12 años del Gobierno del doctor Balaguer. La inserción del narcotráfico en la esfera policial y militar ha conllevado nuestra sociedad a vivir los peores años de impunidad, de violación a las leyes y a un desplazamiento unívoco de tales alianzas con sectores de la sociedad ligados a la vida política. No hay fronteras nítidas entre los diferentes sectores de la sociedad por eso, en la ciudad se convive, nos entremezclamos sin tener el valor de negarnos a tales roces. Esa política de impunidad nos ha llevado al desorden completo, a niveles de corrupción jamás alcanzados, donde delincuencia es sinónimo de política, donde los partidos políticos, todos, se han desprestigiado, vivimos bajo el arbitrario del más fuerte, del sin vergüenza con, algunas veces, cara de policía, de diputado, de senador, de militar, hasta de cura, como en San Rafael de Yuma. Los delincuentes se instalaron hace mucho en las calles y carreteras del país. Frente a estas amenazas se toman medidas que van, hacia una coerción de los derechos ciudadanos, cuando se imponía sencillamente la ley y el cumplimiento de la ley.

Con el pretexto del control de la delincuencia, se establece una especie de “estado de sitio” donde circular en las vías publicas es un casi delito, en todos casos, las calles son de las fuerzas del orden militar y policial, cuando éstas deben ser del uso legítimo de la ciudadanía en tiempos de paz. En este momento preciso, paradójicamente hablando de reforma constitucional, de elección de un obusman, se observan cada vez más gérmenes de autoritarismo, de control y restricción de las libertades públicas con rasgos característicos de una cultura trujillista que aflora cada vez más.

Es evidente que estamos entrando en la era del no compromiso y del repliegue sobre si mismo en detrimento de la sinceridad y la espontaneidad, de la solidaridad y de la “explosión de la democracia” al favor de la ignorancia, una era donde la promoción del miedo terminará por prohibir la razón. Entonces, estaremos también en la era de los adulones. Ya empezaron sus estupidos y vergonzantes ejercicios, en forma de estruendos reeleccionistas o prohibiendo Feria “critica”. En Francia se habla de “serviteur zélé” no sé como se dice aquí, pero esos personajes que hacen demasiado esfuerzos para que lo vean, que hablan más de la cuenta, que se adelantan, los que dan asco y repugnan por su bajeza, su falta de amor propio y de dignidad. Ya los estamos contando.

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