Santo Domingo, nostalgias y preocupaciones

Santo Domingo, nostalgias y preocupaciones

 No somos una sola cosa, somos muchas; ya inconexas, ya desordenadas, ya inexplicables, ya inevitables.

   Ciertamente existe una nostalgia por cosas del pasado, no obstante -valga la aclaración- no se trata de una nostalgia por todo en los ayeres. 

     Aquellos primeros años en que le fue arrancado a Santo Domingo su ilustre nombre, para rebautizar la capital como Ciudad Trujillo,  (acaso para medir la inmensidad del ego del dictador que aceptó la monstruosa propuesta) fueron años de pacífica vida nacional para quienes no formaban parte del mínimo grupo de “desafectos” que se manifestaban en conspiraciones bélicas o en susurros de queja.

   En 1944, año en que se conmemoraba el primer centenario de la República, vivíamos en una de las gratas residencias que hizo construir “Mon” Saviñón en la calle Dr. Delgado. Estábamos en la que hace esquina con la calle Santiago, a la sombra de un inmenso árbol de mango que abarcaba la mitad de la acera y casi la mitad de la esquina.  Era un árbol noble, afectuoso y útil donante de frescor y sombra. Un símbolo del grato sector. Cuando llegaron las ansiadas libertades, lo masacró la insensibilidad unida a la atrevida ignorancia de autoridades ensoberbecidas del poder.

    Para mí, el asesinato de ese grandioso  e indefenso árbol, contiene una muestra de la insensatez que se apodera de los nuevos jefes y los nuevos ricos.

    Volvamos atrás. 

    La vida era simple, segura para los no políticos. No se requerían rejas de hierro en puertas y ventanas que convierten al residente, cada vez más,  en prisionero. Las dimensiones de la capital permitían que se pudiera caminar desde un extremo a otro. Con una población limitada, teníamos lo que Platón recomendaba para una ciudad: que todos los habitantes se conocieran, aunque fuese de vista.

   La gente se saludaba. Si algún extraño se acercaba por alguna razón, no se sentía temor. ¿Cómo no sentir nostalgia de esa vida? Aunque uno descubriera más tarde que se trataba de una manipulación de “la paz de los cementerios” que moviéndose como todo –ya que nada es estático- llegó a perder todas las positividades  que tuvo en tempranos momentos para quedarse con todo lo malo, convirtiéndose en un régimen decrépito que cayó en la crueldad enloquecida.  Todo quedó cubierto de terror.

    A Dios gracias,  ya no es posible que se establezca entre nosotros un régimen dictatorial al estilo Trujillo, a pesar de que a algunos ambiciosos desalmados les gustaría…siempre que ellos estén a la cabeza.

   Quienes manejan esta democracia, de oro y sedas para unos pocos, de escaseces, miseria y harapos para una mayoría,  deben tomar conciencia de que todo tiene un límite, y de que está creciendo una levadura de desencanto que puede desembocar en violencia cívica.

   En dolor y en sangre.   

   En un angustioso fracaso político.

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