Santo Domingo y un viejo grito de “Farmacia Mella”

Santo Domingo y un viejo grito de “Farmacia Mella”

POR MIGUEL D. MENA
La ciudad se nos viene arriba y por más que no queramos ejercer los músculos o las células del pensamiento, ella está ahí, aquí, en todas partes. Los habitantes de Santo Domingo no han podido desarrollar hasta este siglo XXI una noción de ciudadanía consistente. La historia y su modernidad se han dado más pronto que la posibilidad de pensar, de pensarse, de ubicarse en un espacio y asumirlo como lo propio, como una extensión del yo.

Pero si no tenemos «yo», ¿tendremos ciudad? Me explico: el «yo» es la posibilidad de situarse en un espacio –en tanto social, histórico-, estando conciente de cómo se conforma y cómo se desarrolla y la manera en que se es sujeto y objeto al mismo tiempo.

Lo más común es explicar la ciudad y la historia como fenómenos y elevaciones externas a la persona, como si el conjunto de formas, materias, texturas, relaciones, discursos, no fuesen hechos y acciones sociales.

Desde la declaración de independencia en 1844 hasta hoy la ciudad ha tenido cuatro jalones fundamentales: los de Ulises Heureaux en el último decenio del siglo XIX, con el trazado de carreteras, el de la Ocupación Norteamericana (1916-1924) con la creación de modernas infraestructuras, la Era de Trujillo entre 1944 y 1956, con los ejes que van del Palacio Nacional hasta la Feria de la Paz y la Avenida George Washington, y los gobiernos de Joaquín Balaguer (1966-1978) con la avenida 27de Febrero y la re-creación de los barrios tradicionales de Villa Francisca, San Carlos y San Lázaro.

De estas cuatro gestiones la paradójicamente menos estudiada es la última.

No es fácil pensar aquellos doce años ni los últimos diez (1976-1986) porque la figura de Joaquín Balaguer, después de haber superado las cenizas del purgatorio, ahora es un fénix proto-democrático cuyo séquito ha logrado mantener un protagonismo y por consiguiente, el dedicarse a un pensamiento crítico en torno a su gestión –urbana en este caso- es una empresa llena de riesgos.

No obstante, por más que no queramos, la ciudad que heredamos del balaguerismo doceañero está ahí y aquí, está contenido en estas calles que día a día transitamos y que ya forman parte de nuestras estructuras cotidianas.

Revisando algunos ejemplares de los años 40 de la revista Cosmopolita, hecha y dirigida por Bienvenido Gimbernard, caricaturista y escritor aún no lo suficientemente justipreciado, me encuentro con este anuncio de la Farmacia Mella.

Para los lectores habituales de don  Cuchito Álvarez o los que oyeron la radio en aquellos años 50 o  tal vez en los 60, el gritar «Farmacia Mella» era una especie de evocación de todo lo posible o lo sabido.

El anuncio en cuestión es de 1940, cuando todavía la calle Pina pasaba por detrás –o por delante- de la Puerta del Conde y llegaba hasta la Avenida Mella.

Con la celebración del centenario de la República en 1944 la Puerta quedó integrada al Parque Independencia, borrándose este pedazo de la calle.  En los años 60 este edificio donde se alojaba la Farmacia Mella, al igual que este tramo de la calle Palo Hincado –entre Arz. Nouel y Mercedes-, jugaría un importante papel en las grandes movilizaciones políticas que le siguieron al destronamiento de la Era de Trujillo.

En el edificio se alojarían las oficinas del Partido Revolucionario Social Cristiano, en la parte superior, en la esquina la Farmacia Esmeralda, la Farmacia Mella desaparecería y en su lugar se establecería el Restaurant del Chino Mario, si es que la memoria no me falla. En un edificio contiguo, pero ya en la Palo Hincado, justo al lado del Fuerte de la Concepción, se establecería la inolvidable Radio Guarachita.

Todo este conjunto de edificaciones desapareció un buen día como por arte de magia en los ochenta.

¿Razones? Habían muchas: Limpiar todo lo que estuviese alrededor del Fuerte de la Concepción para realzar el monumento. Se comenzaba así un plan que proyectaba «limpiar» toda la calle Palo Hincado de edificios, de manera que se recuperasen los muros del siglo XVII de la ciudad. De todo el proyecto, sólo el de los extremos se cumplieron: éste de la Concepción y el del otro Fuerte que se hizo a partir de la nada, en el malecón.

Semejante borradura de zonas esenciales de la ciudad se produjeron en momentos donde la ciudadanía aún no contaba con una visión propia de su espacio. Las zonas críticas de entonces –la izquierda y la UASD- estaban muy ocupadas en la Revolución, no dándose cuenta que en estas intervenciones se estaba transformando radicalmente una manera de ser y estar hacer ciudadanía.

El resultado de semejantes actuaciones en el espacio urbano, que no toman en cuenta la historia como un proceso y que realizan una especie de cirugía en el espacio, queriéndonos retrotraer a un momento ideal –el siglo XVII-, es más que evidente: se convierten en zonas grises.

El Santo Domingo del último cuarto del siglo XX y principios del XXI está marcado por el desarrollo imparable de zonas grises: zonas abandonadas y recuperadas al mismo tiempo como ruinas, depósitos de basuras, comercio informal, espacio de los sin techo, a veces de violencia y de negación de lo habitacional y de la ciudadanía.

Se comprende que todos estos fenómenos pertenecen a una ciudad, y que en cierta medida debemos convivir con ellos, evitándolos en lo posible. Pero no por ello semejantes desarrollos deben ser promovidos por las mismas figuras de Estado o sus instituciones. A lo que vamos es a la importancia de comprender el espacio urbano como un conjunto de muchísimos elementos y no sólo como pasto de prácticas donde muchas veces el punto de partida no es más que un falseamiento de la misma historia, o la idea de que la imagen del siglo XVII, por ejemplo, debe subyugar una cotidianidad contemporánea.

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