Si miramos hacia atrás y reconocemos nuestros errores hemos ganado una gran parte de nuestra batalla. Cuando observamos los pueblos y a los imperios que hoy ya no poseen esas fortalezas, debemos preguntarnos, ¿Qué pasó con ellos? Al hacernos esa pregunta levantamos una voz de alerta que nos recuerda lo que no debemos de hacer como país.
La República Dominicana no es un imperio como lo fue Roma; y si ese imperio con todo su esplendor y poderío se desmoronó, imaginémonos nosotros con todas nuestras debilidades lo que nos podría suceder si no aplicamos el imperio de la ley y frenamos la corrupción. El imperio Romano dominaba una extensión de tierra sorprendente, aquella Roma que creció en una ciudad de Italia y luego se extendió en toda Europa, hasta llegar a los Balcanes, al Medio Oriente y el Norte de Africa; un crecimiento que se convirtió en su primer enemigo. El emperador Augusto estaba orgulloso de Roma, al decir: “Me encontré una ciudad de ladrillos y la dejé vestida de mármol».
Ese imperio de mármol, Roma, colapsó debido a la corrupción, se auto destruyó a causa de la ambición desenfrenada en la captación de más territorios, más oro, más poder y al mismo tiempo descuidando a la gran mayoría de la población. El hambre se apoderó de las familias, la inseguridad en la urbe hizo que las personas se marcharan hacia el campo y los funcionarios se hacían de dinero usurpando el derecho de los más necesitados. Debemos recordar que detrás de ese imperio existían personas reales que fueron insensibles con la realidad de su propio territorio, ellos pensaron que nunca morirían, que nunca colapsarían, se creyeron dioses, golpearon a sus propias gentes, solo una palabra puede definir la conducta de esos gobernantes: ¡Malos!
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La República Dominicana no es un imperio pero somos un país, somos una familia que nos llamamos dominicanos. Si queremos crecer como nación debemos de mirar hacia atrás y no repetir la cosas malas de nuestros gobernantes. Me asusta cuando personas mandan frases de Trujillo, de Balaguer y de otras personas que ya terminaron su papel aquí en la tierra, un papel no del todo bien hecho; la historia nos recuerda el país que somos. Nunca hemos gozado de un período de oro. Lo que hemos recibido es un Estado débil, un país inseguro, no podemos andar libremente en nuestras propias calles, nos sentimos sin protección, la corrupción entre los funcionarios es premiada, el pobre es maltratado y el poderoso es liberado. ¡Todo es como una trampa! Los empresarios se sienten vulnerables, inseguros y expuestos al peligro. El pobre es llevado al terreno de la desesperación, cometiendo locuras imperdonables; es como una Roma sembrada en 48,000 kilómetros cuadrados.
Como dominicanos debemos entender que la fortaleza y la riqueza de un país como el nuestro, no radica en los recursos naturales, tampoco en el turismo o en el oro; nuestro poder y el éxito de los dominicanos solo se construye en la práctica de la integridad, la promoción del buen carácter y en la aplicación estrictamente de la ley. Si hacemos esto vamos a disfrutar de seguridad ciudadana, de una buena economía que beneficie a todos, y de buenos gobernantes. Saquemos el espíritu de Roma.