POR JACKIE MACMULLAN
Del Boston Herald
El no podía ir. Curt Schilling no estaba presionando. No pensaba en quizás o siquiera dudoso. El estaba FUERA. No iba a lanzar el segundo partido como abridor de los Medias Rojas en la Serie Mundial.
Me desperté a las siete de la mañana, explicó el estelar de Boston. Eso me dejó todo claro. Nunca me he despertado para nada a las siete de la mañana, en mi vida.
No iba a lanzar. No podía caminar o moverme. No sabía qué sucedía, pero sabía que había un problema.
Su problema rápidamente se convirtió en el problema de los Medias Rojas. Schilling era la victoria automática. En el confiaban para darle a los Cardenales de San Luis otra victoria y poner la serie 2-0 a su favor. Schilling se había convertido en algo mítico, lanzando con una lesión en el tobillo que necesitará operación cuando termine la temporada.
El diagnóstico es viejo: un tendón dislocado que el equipo médico de los Medias Rojas cosió para el sexto juego de la Serie de Campeonato contra los Yanquis.
Cuando Schilling subió al montículo esa noche en el Yankee Stadium hace un millón de años, nadie se imaginó una actuación tan inspiradora.
Comparando con la del domingo en la noche, eso no fue nada.
Cuando Schilling trotó al montículo poco después de las 8 p.m., la persona más sorprendida en el estadio era su esposa, Shonda, quien había visto a Schilling cojeando hasta el carro.
Le dije que no iba a lanzar, dijo. No había manera. Pero ahí fue cuando todo comenzó. Salí de la casa y manejé al estadio y vi todos los carteles motivándome. Entonces llegué al Fenway Park y salí y el Doctor (Bill Morgan) estaba ahí.
El equipo médico examinó a Schilling y rápidamente determinó que un punto extra que le cosieron el sábado había perforado un nervio. Al quitarle el punto, Schilling comenzó a sentir alivio instantáneo.
El resto es historia.
VERSIÓN DIONISIO SOLDEVILA BREA