Repasaba en días recientes, con el colega Junior Méndez, episodios de la vieja ciudad de Santo Domingo, la capital que conocieron y disfrutaron nuestros padres.
He compartido con los lectores en otros artículos añoranzas citadinas, por las huellas que dejaron las irreprochables conductas de pasadas generaciones.
Revoloteaba en la memoria el tema que trato hoy, cuando escuché en la radio y leí en la edición del martes de este diario unas opiniones del reputado urbanista Omar Rancier, acerca de la expansión de la ciudad. Comparto su preocupación.
Ciertamente, la construcción vertiginosa y sin planificación de torres en el Polígono Central, habrá de provocar deficiencias severas en los servicios.
En esa zona de la ciudad, cientos de viviendas unifamiliares han sido eliminadas, para dar paso a los ya famosos edificios verticales que se proyectan hacia el cielo con etiqueta de modernidad y progreso.
Se da el caso, sin embargo, de que la densidad poblacional se ha disparado. La planificación racional es inexistente.
Coincido con el arquitecto Rancier en la necesidad de crear un organismo, formado por técnicos altamente calificados – y añado que sin vínculos políticos – que se encargue de dictar normas de construcción en la ciudad.
De lo contrario, a la vuelta de cinco o diez años, no habrá ayuntamiento, acueducto ni distribuidora de energía en capacidad de soportar la explosiva demanda de servicios.
El tema es apasionante. Tendré que volver sobre él.