Se acabó la ñoñería criolla

Se acabó la ñoñería criolla

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Que el pasado 27 de julio el Congreso norteamericano finalmente aprobara en Washington el Tratado de Libre Comercio, junto al similar con las naciones centroamericanas, está provocando en el país un notable pataleo de parte de los sectores empresariales y agropecuarios que aducen se verán afectados malamente por las condiciones de permitir el ingreso de productos agrícolas más baratos y de mejor calidad procedentes de los Estados Unidos y de América Central.

El país ha tenido, por muchos años, quizás 75 años cuando se inició la dictadura de Trujillo en 1930, una sombrilla de protección para la ineficiente agricultura criolla y evitar que se enfrentara con la realidad de productos similares más baratos y de mayor calidad. Se sabe que ese es el caso del arroz criollo, ya que el importado de Asia llega a mejores precios que aquél, el cual cada día se hace más incosteable por el aumento de los insumos, maquinarias, mano de obra, etc. Los productores de arroz reclaman más subsidios, exenciones y protección a los gobiernos de turno e impedir el ingreso del similar importado. Tarde o temprano se regulará la siembra de arroz para utilizar sus actuales tierras, la mayor parte bien abastecida de agua de riego, en otros cultivos más rentables y adecuados a las tierras y climas tropicales del país. Así se incrementarán los cultivos de frutas de gran demanda en la costa Este de los Estados Unidos, mangos, vegetales de ciclo corto y de mayor rendimiento y más cotizados en ese mercado.

El TLC, bueno o malo, constituye un desafío para los dominicanos. Necesitaremos redefinir qué queremos como país y hacia dónde encaminar el desarrollo para eliminar la pobreza. Pretender detenernos a llorar y lamentar que nos veremos invadidos por productos norteamericanos más baratos y de mayor calidad, constituye una retranca, ya que ahora es cuando tenemos una oportunidad de preparar nuestro territorio para lo que realmente podemos ofrecer y vender.

Por mucho tiempo hemos pretendido ser un país con buenas empresas industriales de reemplazo de importaciones y un buen desarrollo agrícola con agua casi gratis de riego. Los gobiernos nos cubrían con un manto de exenciones, incentivos para que nadie viniera con productos más baratos. Ahora se derriban esas barreras arancelarias, que nos hacen muy pocos atractivos para los mercados de ultramar y eran fuentes de ingresos fiscales notables que dan origen a una reforma fiscal odiosa e imprudente.

Si vemos el origen de los lamentos en contra del TLC, es que nuestra agricultura, desde la caña de azúcar hasta los cultivos de Constanza, no están preparados en un ciento por ciento para competir con el exterior. Se necesitaría mantener en alto y por más tiempo esa cortina arancelaria como barrera de prohibiciones de importaciones, que violaría lo ya acordado en el TLC. Este, si bien indudablemente favorece a los Estados Unidos, por algo son los emperadores del mundo, al menos abre la posibilidad de que debemos utilizar la imaginación para afianzar lo que hemos estado haciendo desde hace 25 años como economía de servicios.

El presidente Fernández está muy alerta y consciente de la realidad de la debilidad productiva y cómo debemos buscar nuestro futuro afianzándonos en el presente con objetivos bien delineados. Ya una vez nos hizo ver que sin educación y sin preparación técnica no podemos competir. Continuando como ahora, nos convertiríamos en perennes Jeremías, lamentándonos de la mala suerte y decir que todo el mundo abusa de nosotros. Engañándonos así, continuaremos viendo a nuestros compatriotas ahogándose en las aguas del canal de la Mona, o en las bodegas de los barcos que escapan buscando un mejor futuro. Y ese mejor futuro lo tenemos aquí, si en verdad estamos dispuestos a unir esfuerzos con las autoridades y trabajar hombro con hombro con ellas. Las autoridades están obligadas, para la supervivencia nacional, dejar de lado sus esquemas doctrinales y de grupismo para darle la bienvenida a todos los que realmente estén dispuestos a aportar sus trabajos e inteligencia para rescatar al país del hoyo en que cayó, sumergiéndose en la inmundicia de una corrupción descarada y con el surgimiento de notables fortunas.

La prédica y empeños del presidente Fernández por mejorar el nivel educativo y técnico de sus compatriotas, apuntan en la dirección correcta, ya que esa es la base para asegurar un mejor desarrollo. Se evitaría lo que ocurrió en el período del 1996 al 2000 cuando no existía una base formal de educación y de tecnología, pues luego vinieron los perredeístas, y en poco tiempo nos hicieron retroceder varios años con el surgimiento de una pobreza que ya se creía superada en muchos de los estratos sociales de la comunidad nacional. El TLC es un desafío para la Nación y ahora debemos demostrar que bajo presión el ingenio criollo sabrá triunfar una vez más y afianzar el desarrollo y democracia nacional.

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