¡Se ahogan los osos polares!

¡Se ahogan los osos polares!

Parecería como decir ¡se ahogan los peces!, o ¡se ahogan las focas, o las morsas!. Pero aunque parezca un disparate está ocurriendo.

Según las denuncias más recientes sobre los deshielos en el Polo Norte éstos han ocasionando el ahogamiento de un número indeterminado de osos polares, animales tenidos como habilísimos nadadores. Pero sucede que cuando ocurre un derrumbe junto al mar, y hay osos cerca, el hundimiento de los grandes témpanos arrastra consigo osos y oseznos, ocasionándoles la muerte, cosa que no ocurría antes del gran problema del calentamiento global.

Y es que los deshielos que están ocurriendo en los polos y en regiones cercanas a éstos se deben al calentamiento de la atmósfera, fruto -como todos sabemos- del crecimiento industrial y la constante emisión de gases de efecto invernadero, producidos fundamentalmente en las naciones industrializadas.

Aunque están lejos del trópico, aunque nos resultan animales casi desconocidos, los osos polares son parte del planeta; de los ecosistemas polares, marinos, árticos y antárticos; de difícil adaptación en regiones que no presenten las condiciones que para nosotros son tan inhóspitas. Y junto a otros animales del hielo y del mar conforman ecosistemas que merecen el mayor respeto.

Pero el solo hecho de saber que regiones tan aisladas de lo que se considera «el mundo desarrollado», «el mundo adelantado», estén sucumbiendo como consecuencia de ese desarrollo y ese adelanto, debería mover a gobernantes y gobernados de todo el planeta hacia el análisis de sus causas, casi solamente por curiosidad, porque para la búsqueda de soluciones ya queda tan poco tiempo que no se sabe si vale la pena intentarlo.

Sobre los osos

El oso polar es el mayor y más fuerte depredador de los hielos marinos y costas árticas barridas por el viento. No hay animal, excepto el hombre, que se atreva normalmente a atacarle en tierra, y a ninguno teme; quizás sólo a algún viejo macho morsa o alguna manada de toros almizcleros.

Su extraordinaria fuerza le permite extraer del hielo, por el angosto agujero respiratorio, a una foca de anillos de 90 kilogramos (200 libras, aproximadamente), con tal ímpetu que le rompe la pelvis en la extracción. El macho adulto pesa por término medio unos 460 kilogramos (más de mil libras), pero su agilidad es tal que puede saltar grietas de hielo de más de 3.65 metros de anchura. Los machos casi desarrollados miden de 2.4 a 2.7 metros de longitud (las hembras 1.8 metros), pero algunos llegan a los 736 kilogramos, 3.3 metros de largo y 1.35 metros de alto en la cruz.

No se conoce la longevidad natural media de este oso, pero se sabe que un ejemplar cautivo vivió 40 años. Las hembras maduran a los 3 años, y los machos a los 4.

Familias de blanco pelaje

Los cachorros del oso polar nacen en pleno invierno, dentro de una cueva que la madre excava en una pila de nieve. Los oseznos, que al nacer miden de 17 a 30 centímetros y pesan de 2 a 3 kilogramos, quedan protegidos de las temperaturas posteriores de -10º Celsius gracias al calor de la piel materna y de la propia guarida. La madre pasa el invierno dentro de su «igloo» ayunando hasta 140 días y amamantando a sus hijos con la leche, que tiene como base las reservas acumuladas por ella durante el verano. Machos y hembras estériles solo se enclaustran en condiciones muy rigurosas.

El apareamiento se efectúa en abril, pero la implantación del huevo fecundado se aplaza probablemente hasta septiembre; de ese modo, el nacimiento se produce a mitad del invierno, y cuando los cachorros son capaces de abandonar la guarida tienen por delante todo el verano. Al dejar la madre la guarida, los oseznos, de tres meses de edad, ya saben andar con rapidez y seguridad, y pesan unos 10 kilogramos. La madre sin embargo, pierde a veces hasta la mitad de su peso con la lactancia.

La osa come primero carroña congelada, pero con la primavera abundan también las crías de foca nacidas en cuevas bajo la nieve. La osa las localiza por el olfato. Debe sorprenderlas sin vacilación, pues la guarida de la foca dispone de salida directa al mar.

Por entonces, los oseznos empiezan a tomar su primer alimento sólido aunque siguen mamando durante todo el segundo invierno. La hembra gesta cada tercer año, excepto si pierde la prole en cuyo caso vuelve a ser cubierta.

Los jóvenes aprenden a sobrevivir jugando entre ellos y siguiendo el ejemplo de su madre. Las madres y las crías se pasan horas enteras jugando a deslizarse, e incluso se han visto osos adultos patinando de costado por los témpanos y trepando después para repetir el juego.

Vida de oso polar

Exploradores y balleneros cuentan bastantes historias sobre las hazañas del oso cazador: cómo rompe el cráneo de una foca con un enorme pedazo de hielo sostenido entre sus zarpas; cómo disimula su negra nariz con hielo al acechar a su presa; o cómo mata una foca sentado sobre su cuarto trasero lanzándole pedazos de hielo. Parte de estas historias pueden resultar exageradas, pero no cabe dudas de que el oso sabe lanzar objetos.

Cuando va a la caza de alguna foca que se solea sobre el hielo, marcha agazapado como un enorme gato desde mucho antes de entrar en el campo visual de su víctima. Se pega al terreno de costado o de vientre, deslizándose del hielo al agua y del agua al hielo, aprovechando cualquier escondite. Al fin, acomete a la foca antes de que ésta llegue al agua, donde escaparía pues nada más rápidamente.

La superioridad de la foca en el agua es tan grande que algunos observadores han visto focas de anillo que burlan osos nadando a su alrededor, e incluso mordiéndoles los cuartos traseros. También se dice que las morsas atacan al oso en el agua; incluso en tierra, las morsas son luchadores formidables que han llegado a matar osos polares con sus potentes colmillos. El oso polar es un cazador esencialmente solitario. Sólo cazan juntas las hembras y las crías no mayores de un año. Pasado el período de celo que solo dura unos días, los machos abandonan a las hembras y no se ocupan de su familia. Durante breve celo los machos luchan a veces salvajemente; el resto del tiempo se ignoran, a no ser que coincidan en algún festín de carroñas, tales como ballenas beluga o narvales atrapados y asfixiados entre bloques de hielo.

Aunque de costumbres cazadoras, el oso polar come un poco de todo: huevos, algas, virutas, desperdicios de estaciones balleneras e incluso cadáveres de su propia especie. Cuando sale a tierra dispuesto a pasar el período letárgico de su muda estival, suele adoptar dietas similares a su próximo pariente el oso pardo, hartándose de hierbas, líquenes y bayas. Tampoco desdeña animales pequeños, como los lemmings, y en Alaska, cuando la remonta del salmón, se dedica a capturar este pez en remansos y torrenteras.

Pero la base de su dieta son las focas, sobre todo la de anillos y la barbuda, que constituyen presas esenciales para su supervivencia. Si no está muy hambriento, el oso se come solo las vísceras y el tocino de las focas, dejando los restos a merced de carroñeros como el zorro ártico o los cuervos.

Vida y muerte de un peluche

Durante los primeros meses de edad a los oseznos les crece una espesa pelusa y unos densos pelos cobertores, además de los siete centímetros de tocino bajo la piel. De este modo conservan el calor aunque naden en aguas próximas al punto de congelación.

En el segundo verano la familia se dispersa, abandonando la madre a los jóvenes a su suerte. Es su época de mayor vulnerabilidad, tanto por el riesgo a los cazadores como por el rigor del siguiente invierno. El peor enemigo del oso polar es el rifle. Se cree que actualmente quedan de 5 mil a 18 mil ejemplares de esta especie, aunque resulta difícil censar unos animales que vagan como nómadas sobre los hielos.

Sin embargo, existe una estadística segura: cada año perecen más de mil osos, parte a mano de los esquimales, que se comen la carne y utilizan su piel, y la mayoría víctima de cazadores de trofeos.

 

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