Se busca un héroe

Se busca un héroe

La salud democrática de una nación, la calidad y solidez de sus instituciones, la seguridad legal de su sistema judicial y el grado de libertad e independencia de sus ciudadanos, la igualdad de todos y la protección de los más débiles, todos esos mecanismos que garantizan el Estado de Derecho tienen mucho que ver con la naturaleza ética del sistema político, los principios que inspiran el ámbito de lo público y los mecanismos que controlan y persiguen la corrupción en cualquiera de sus formas.

Todo un código de conducta que se edifica sobre valores tales como la honradez, la honestidad, la integridad, la lealtad, la ejemplaridad, la austeridad y todas aquellas circunstancias que el pueblo valora como imprescindibles para actuar en política y que no dependen de credos partidistas ni de sectarismos, sino que establecen un modelo de comportamiento del que emana confianza y credibilidad y que puede ser tomado como ejemplo por la sociedad en su conjunto, una especie de libro de estilo de la política al que los ciudadanos puedan recurrir cuando sientan traicionada su representación, un conjunto de normas que regulan las relaciones que deben existir entre los políticos,  y sus representados, Gobierno y Oposición bajo acuerdos puntuales pactados desde la aplicación de la justicia, sin complejos ni distinción…,  a los gobernantes culpables del “saqueo moral y económico de un pueblo, de una Nación que ha comenzado a sufrir las consecuencias de los comportamientos corruptos y espurios llevados a cabo por un “ emperador” que resultó ser  un gran fraude humano.

El país necesita de un gran esfuerzo hasta conseguir un pacto de Gobierno y Oposición en materias de políticas económicas, social, género, justicia, seguridad, educación  que hagan posible la gobernabilidad  entre los dos 50% vencedores en los últimos comicios del 20 de mayo, un pacto “Por el Pueblo y la Nación Dominicana” y todo ello  bajo la mirada escrutadora de unos medios de comunicación independientes, libres, vigilantes y atentos a cualquier abuso de poder, conscientes de su propio poder y celosos de su responsabilidad.

El desarme moral al que hemos asistimos, la impotencia ciudadana ante cualquier desafío colectivo, ese pesimismo que hace mella en la lucha cotidiana y que nos lleva incluso a buscar fuera las soluciones que somos incapaces de encontrar por nuestros propios medios indican muy a las claras qué está ocurriendo y cómo la crisis económica ha sido acelerada e impulsada por el saqueo de un Gobierno presidencialista en su mayoría  sin escrúpulo, sin ética ni moral, que por  justicia le deberían estar  devolviendo al pueblo  todo lo que “presuntamente” le arrebató llevándoles a una situación que  ha pasado a ser sistémica, arrojando al pueblo a un abandono y a una desidia tal que solo puede anticipar el estallido social que se avecina si el sentido común, la responsabilidad de sus gobernantes, políticos, instituciones en general y Dios no lo remedia.

 Todas las revoluciones se sustentan en una base ideológica capaz de elevar el pensamiento por encima de la realidad, aportando soluciones a los problemas que reclaman un cambio, la transformación profunda de las estructuras sociales.

Todos esos mitos que hemos construido y glorificado sobre un pedestal no resisten el más mínimo análisis histórico. Vistos con perspectiva nunca perdurarán en nuestra memoria.

Son ídolos con pies de barro. De ahí esa carencia absoluta de liderazgo en el mundo en general que nos conduce incluso a depositar todas nuestras esperanzas en un colectivo anónimo que a la postre solo pone de manifiesto nuestra propia impotencia para encontrar respuestas.

Son precisos héroes como los clásicos, capaces de grandes hazañas, que traigan un poco de esperanza y nos armen con la fuerza de la determinación ante un destino esquivo que nos hace desgraciados. Sin la constancia de su compromiso legendario andamos huérfanos de conciencia y dignidad, sobre rastrojos de una democracia de baja intensidad, miedosa y cobarde, atemorizada por los poderes que la someten a su antojo y voluntad. Como debiera ocurrir con los políticos, esos héroes de la antigüedad provocaban división de opiniones, polémica, tenían seguidores y detractores, pero nunca renunciaban a su magisterio y eran respetados por todos, tenidos como referencia de lo que debe ser, consultaban antes de decidir, rendían cuentas y hacían de la transparencia una seña de identidad.

Necesitamos nuevos héroes que lideren la lucha contra la demagogia, la manipulación y la deshonestidad. Necesitamos hombres valientes, que se anticipen, que creen oportunidades, que no caigan en el desánimo y que crean que no hay metas imposibles.

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