Se buscan más burros

Se buscan más burros

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Era un día como otro cualquiera. Nada presagiaba la tragedia. El, sin embargo, sentía que una fuerza extraña se apoderaba de sí: era la libertad, vestida de sueño, que se había instalado en su alma y le llamaba a actuar. Quería escapar. No podía. Entonces tomó de la mano a la violencia y se sublevó, librándose a golpe de mordidas, de su cruel verdugo.

La historia -que nos llegó gracias a El Nacional- nos habla de un burro que se cansó de sufrir y, ante la imposibilidad de pronunciar alguna palabra, decidió matar a su dueño. Al leerla, nos sacudió una mezcla de sensaciones: conmoción, lástima, indignación, sorpresa y, lamentablemente, hasta admiración.

Aunque es difícil decir que algún ser humano se merece la muerte, la verdad es que en casos como éste no podemos más que reconocer que el pobre burro simplemente tuvo el valor de hacer lo que muchos de nosotros jamás podríamos: deshacernos de quien nos hace daño.

Al hablar de deshacernos, sin embargo, no estoy diciendo que debemos llegar al punto de asesinar. Nosotros, seres humanos que tenemos entendimiento, somos capaces de poner tierra de por medio para no llegar a ese extremo.

Pero lo olvidamos. Cada día, cada segundo, cada jornada de nuestras vidas nos dejamos seducir por el temor, por la desidia y por la indiferencia, permitiendo así que haya muchos otros burros que tengan que sufrir.

¿Cuántas mujeres, por ejemplo, no lo hacen cada día? Ellas, cegadas a causa del amor o la necesidad, no terminan de entender que el maltrato nunca debe permitirse. Amén de que no han hecho nada para merecerlo, aguantar los primeros golpes (psicológicos o físicos, da igual) siempre puede ser la antesala de poner el primer pie en la tumba. Bien lo dicen las odiosas estadísticas: este año han muerto 83 mujeres, 43 de ellas a manos de sus maridos o ex maridos.

En cuanto a las denuncias por agresión y violencia intrafamiliar, tal como reseñó este mismo diario el sábado pasado, en el año 2005 fueron recibidas 2,778. En lo que va del 2006 el número aumentó: ya se han reportado 3,575 casos, es decir, 779 más que el anterior. ¿Lo peor? De estos últimos sólo 178 han sido llevados a los tribunales.

Pero no sólo las mujeres mueren cada día. También lo hacen muchos niños que, en nombre de la pobreza, son obligados a trabajar en la calle, a prostituirse, a soportar vejámenes de todo tipo. a ver su infancia desvanecerse cada vez que se levanta el sol.

Lo mismo sucede con miles de niños y jóvenes que pasan hambre y que nunca serán capaces de tener una vida holgada porque, lo que debía invertirse en ofrecerles oportunidades, se destina al hurto, al clientelismo y a la corrupción.

Pero hay otras víctimas que son olvidadas en cuanto los periódicos en los que salen sus nombres se ajan o se pierden: las de las balas perdidas, las de las violaciones, los asesinatos y otros tipos de violencia que nunca se castigan como se debiera.

Mientras todo eso pasa, sin que aquellos burros anónimos hagan nada para cambiar su situación, nosotros vemos que los grandes labriegos que aran nuestra Nación se burlan de ellos sin que hagamos nada para evitarlo.

O es que ¿hay alguna diferencia entre el campesino que fue asesinado por su burro y nuestros políticos? Yo creo que no: mientras el uno golpeaba todos los días al burro que le ayudaba en su labor, los otros hacen lo mismo con el pueblo que los eligió.

Creo que ha llegado la hora de que cada uno de nosotros saque al burro que lleva dentro y decida acabar con la injusticia. Debemos, aunque suene duro, comenzar a matar.

Matemos la corrupción llevando a juicio a quienes han acabado con nuestro patrimonio; matemos a la indulgencia con nuestra exigencia; matemos al abuso con el ejemplo; matemos al oportunismo con la rendición de cuentas; y, sobre todo, matemos cada oportunidad que tienen muchos de regresar: condenémosles al ostracismo, al silencio, al olvido.

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