Se caen los santos de los altares

Se caen los santos de los altares

El efectivo refrán político que se le atribuye a Lilís, de que “no remeneen los altares que se caen los santos” adquiere una gran vigencia después de la matanza de Paya, cuando el senador banilejo, con justiciera indignación, aprovechó el hecho y puso el dedo sobre la llaga del elevado grado de corrupción oficial que existe en torno al negocio de las drogas.

Era difícil para el valiente senador Wilton Guerrero prever las consecuencias de sus denuncias que, a dos meses después de la matanza, han sacudido malamente a una institución que la población la consideraba menos corrupta y mejor preparada, como era considerada la Marina.

Cuando varios miembros de la Marina de Guerra de los más diversos rangos se han visto involucrados y seriamente acusados con lo ocurrido en Paya el 4 de agosto, revela que la atracción del dinero que se mueve en torno a las drogas es muy fuerte para ser rechazado por personas, que con sus sueldos actuales, apenas sobreviven y ven en su entorno militar de cómo otros compañeros de más rango disfrutan de las canonjías que le proporcionan los rangos y sus relaciones políticas con el poder de turno.

Ya la Marina de Guerra, que por años tenía un timbre de orgullo en el sentir de los dominicanos, por tener un conglomerado humano que se capacitaba bien y luego salían con profesiones que les servían para destacarse en la vida civil, se ha empañado de mala manera con esa debilidad de algunos de sus miembros por la atracción de un dinero fácil, obtenido aparentemente sin graves consecuencias y sin prever los daños que puede acarrearle a sus familias, por razones de la retaliación que se mueve en torno a ese lucrativo negocio que a tantos ha hecho sucumbir.

La Marina de Guerra adquirió en la década del 50 del siglo pasado varios barcos, que eran desechos de la II Guerra Mundial. Así vimos en los muelles navales o surcando los mares a destructores, fragatas, corbetas, guarda costas, patrulleros y otros barcos menores, para que 50 años después, solo han quedado patrulleros y lanchas rápidas, que descartadas por Estados Unidos, las envían al país para contener a los marinos que no tienen en qué navegar y solo pueden vigilar precariamente las costas.

Ahora en la Marina algunos de sus miembros se han quemado en el horno del deshonor. De repente ya algunos han expresado que hay una vergüenza en el uso del uniforme blanco, que atraía a las chicas y a los chicos para engancharse a una institución honorable.

El sacudimiento naval ha sido notable, y con las excelentes raíces que existen en la institución, sus miembros incontaminados sabrán sobreponerse a  la vergüenza de sus compañeros de armas, que mancillaron el escudo naval y el nacional. Las ejecutorias de la parte sana de la Marina, podrán extirpar en todo su alcance ese cáncer de la corrupción y de cómo era atractivo estar destinado a la Base Naval de Las Calderas, por la libertad que existía para la llegada de drogas.

Con razón la Bahía de Ocoa se hizo notar en el país por los frecuentes hallazgos de drogas. Los pescadores ya no salían a pescar peces sino pacas de drogas, que eran arrojadas al mar por aviones o por embarcaciones que surcaban el mar de la bahía sin temor a ser descubiertos o detenidos por una marina cómplice o inexistente.

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