¿Se convertirá China en una potencia
económica mundial?

¿Se convertirá China en una potencia <BR>económica mundial?

POR ADOLFO MARTÍ GUTIÉRREZ
Desde acero hasta petróleo y desde autos hasta tarjetas de crédito, China parece seguir pasos a convertirse en el principal productor y mercado del mundo. Con un crecimiento económico promedio de 10% anual en la década pasada, un Producto Interno Bruto (PIB) de 1.6 billones de dólares y exportaciones por más de US$485,000 millones la colocan en el cuarto lugar mundial.

La concreción de los viajes espaciales, la construcción actual de la represa hidroeléctrica más grande del mundo y su primer lugar mundial en la atracción de inversión extranjera directa, son otros de los aspectos que la encaminan a considerarla como una potencia económica. El progreso chino se basa, sin embargo, en un sistema que algunos consideran un nuevo paradigma y otros creen que no tiene futuro: un régimen político socialista en una economía de mercado.

Para algunos, el régimen que mantiene hoy China no es un sistema sostenible, pues la repartición de la riqueza está creando una gran brecha social. La estrategia es también producto de la historia china de los últimos dos siglos. En el siglo XIX, los chinos fueron humillados por países de occidente (como Gran Bretaña), los cuales, tras la guerra del opio de 1839, se repartieron enclaves del país. Luego llegaron franceses y japoneses que igualmente crearon enclaves, donde las leyes chinas no eran respetadas. Todo ello provocó la decadencia del imperio, derrocado en 1911 para establecer en 1912 la primera república de Asia. El caos siguió y abonó el terreno hacia la revolución marxista de Mao Tse-tung, de 1949. A partir de entonces se expulsó a los extranjeros y se cancelaron todos los tratados que se consideraron humillantes para la cultura china. Tras la muerte de Mao, en 1976, y las luchas internas por el poder, ascendió Deng Xiaoping iniciando el camino de las «cuatro modernizaciones» (agricultura, industria, defensa y tecnología) que revolucionan el desempeño económico de la China actual.

LAS TRANSFORMACIONES

China únicamente pudo subirse a la economía de Asia Oriental dando la espalda a Mao, cuando en el tercer pleno del 11 Congreso del Partido Comunista anunció que lo fundamental dejaba de ser la lucha de clases en beneficio del desarrollo. Este cambio de ideología abrió el camino a las reformas, esencialmente para introducir en la planificación una mayor participación del mercado. A partir de entonces, China comenzó a participar en el crecimiento global de la región, incrementó sus exportaciones, atrajo inversión extranjera, estableció zonas especiales de desarrollo económico, impulsó la inversión interna y puso sus infraestructuras al servicio del desarrollo.

Desde la perspectiva actual, las medidas chinas de apertura a los mercados mundiales en 1978 no parecieron ser algo del «otro mundo». Prácticamente se basaban en que el éxito económico era más apremiante para la supervivencia del régimen a largo plazo que conseguir que el «mundo real» estuviese de acuerdo con la ideología. Los resultados fueron notables. En las dos décadas y media siguientes el PIB por habitante creció a un ritmo medio del 8% anual, doscientos millones de personas superaron el nivel de pobreza y China se convirtió en la segunda economía mundial, rebasando al Japón al menos en paridad de poder de compra. Así, en 2003, China había pasado, en el ranking de países exportadores, del mundo del puesto 32 en 1978 al cuarto, con 437,899 millones de dólares (5.84% del total mundial), detrás de Alemania, Estados Unidos y Japón, y por delante de Francia, Gran Bretaña, Países Bajos, Italia, Canadá, Bélgica, y Hong Kong. Las exportaciones crecían en índices de dos dígitos y su estructura pasó de estar integrada en los años ochenta en casi la mitad por bienes del sector primario, a un 90% de productos manufacturados.

Asimismo, la Organización Mundial del Comercio (OMC) destaca que China importó 413,062 millones de dólares en 2003 (5.31% del total mundial), cifra solo superada por Estados Unidos y Alemania. Un país con tales dimensiones de comercio y, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), con más de US$650 millones en reservas monetarias, un PIB bastante elevado (1.6 billones), más suscriptores de televisión por cable (100 millones), más de 180 millones de líneas telefónicas fijas (16 por cada 100 habitantes), con más de 40 millones de suscriptores en Internet, más teléfonos móviles (145.2 millones) y siendo el segundo país que posee más bonos del Tesoro de EE.UU., podría considerarse una gran potencia económica. Pero a lo interno, existen todavía discrepancias sobre el alcance, el sentido y el ritmo de las reformas. Por el momento, el gran problema es la muy desigual repartición de la riqueza y la pérdida de los elementos básicos del socialismo: los servicios gratuitos (educación, salud y otros), que ya casi no existen.

LAS REFORMAS POLÍTICAS

El economista francés Jonathan Story (2003), en su libro de «China: como transformar los negocios, los mercados y el nuevo orden mundial», manifiesta que la clave fundamental para el impulso económico chino fue motivo de tres factores esenciales: (1) la consolidación de Deng en 1978; (2) la política de puertas abiertas y el acuerdo de Gran Bretaña sobre Hong Kong en 1984, las reformas agrícolas y el relajamiento de las medidas impuestas a las empresas comunales; y (3) las medidas de apertura de mercados de las empresas estatales. Esta liberalización de «doble vía» permitieron la aparición de nuevos protagonistas en los mercados chinos que tuvieron, como efectos positivos, el de estimular la competitividad y hacer crecer espectacularmente la producción de bienes de consumo.

Después de la crisis de finales de los años ochenta, todo era importante para China, porque planteaba el problema esencial de saber cuál de los diferentes modelos entre los estados capitalistas era el más apropiado para los países que transitaban de una economía planificada a otra de libre mercado. A comienzos de los noventa, los consejeros de la transición china favorecían claramente al modelo japonés de estructuras cruzadas bajo control empresarial. Pero los dirigentes chinos optaron por el modelo coreano, muy próximo pero no idéntico al japonés, dirigidos por el estado y con un capitalismo nacional.

Lo que atraía más que nada a los inversores sobre las reformas de China era en realidad las dimensiones del mercado, el potencial del país y las aspiraciones del emperador comunista chino en el carácter de sus proyectos a gran escala. El más conocido de estos proyectos es la presa de las «Tres Gargantas» (con un costo real de US$75,000), que para 2009 formará un lago de 640 kilómetros para producir energía eléctrica, instalaciones de bombeo y almacenamiento, aportando hasta un 8% de la demanda de electricidad del país. El otro se deriva de la redacción de proyectos de desarrollo a largo plazo (15 años) del Consejo de Estado, para las provincias chinas occidentales. Estos proyectos incluyen nuevas líneas centrales de ferrocarril, carreteras, gasoductos y redes de comunicación.

PERSPECTIVAS

Existen cuatro teorías debatidas sobre el futuro de China, que seleccionan y mezclan datos concretos que respaldan la idea de que China: a) se encamina al desastre, pensamiento de los herederos del régimen que quieren mantener la situación actual a toda costa; b) se convierte en una potencia media de segunda fila, permitiendo a los Estados Unidos y a las potencias occidentales impulsar su democratización; c) se vuelve una potencia segura de sí y reivindicativa, con una visión de gran potencia emergente y ambiciosa, centrando su atención sobre su potencial y posibles propósitos; o d) actúa como un país pobre y dispuesto a cooperar, dando prioridad absoluta a su desarrollo económico y social, bajo una estrategia de dirección que lleve al país a la prosperidad.

El alza de los precios de los bienes primarios (commodities) industriales (entre ellos la demanda de petróleo), que subieron en el mundo principalmente por el crecimiento de China, alarma a los industriales chinos. Más allá de cualquier evaluación, sobrevuela el interrogante de cuánto más competitiva se puede volver China a nivel internacional si su economía interna se desacelera y libera aún más exportaciones a precios aún más baratos al tiempo que baja su demanda de importaciones. Pero se advierte que ante el menor sacudón, probablemente lo primero en modificarse sería su volumen de importaciones, situación de riesgo para la economía mundial.

Muchos ejecutivos se preguntan cuánto más pueden prolongarse el alto déficit comercial estadounidense y la mudanza de puestos de trabajo a otros países sin ser objeto de fuertes protestas. Más difícil aún podría ser la relación de China con la Unión Europea, otro enorme mercado para las exportaciones. Si bien China demostró que un país puede sostener tasas altas de crecimiento durante muchos años combinando trabajo duro con un sistema financiero cerrado, esas políticas tienen límites. Predecir cuándo China se topará con esa pared se ha vuelto una suerte de deporte nacional, especialmente durante el último año, cuando Beijing puso controles bastante estrictos sobre los préstamos bancarios, ante señales de que la economía se estaría recalentando.

La teoría que presenta a China como una «potencia media», de segunda fila, está emitida pensando en las potencias de Occidente. Habría que destacar así la tesis de Story (2003), quien sostiene la idea de que China será una «potencia conservadora» en el próximo futuro. China no tiene capacidad suficiente para afirmar su poderío militar mucho más allá de sus fronteras y depende casi por completo de las democracias occidentales industrialmente avanzadas para poder llevar a cabo su proceso de múltiples cambios. Lo prioritario ahora para China es el desarrollo económico y social y para ello tiene que incorporarse de lleno en la comunidad internacional dominada por Occidente, aceptando sus reglas, conformándose con sus normas y participando en su evolución. Si se compara la parte de China en el producto global del año 2000 con la de cien años atrás, resulta que, o bien las terribles penalidades del pueblo chino han resultado inútiles, o la debilidad de China da la razón a quienes prevén la muerte súbita del sistema.

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El autor es economista y profesor universitario.

adolfomarti@verizon.net.do

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