Se convirtió en uno de los autores más brillantes  de letras hispanas

Se convirtió en uno de los autores más brillantes  de letras hispanas

Madrid.  EFE.  El escritor mexicano Carlos Fuentes Macías, uno de los más brillantes de las letras hispanas, entre cuyos galardones figuran los Premios Cervantes (1987) o el Príncipe de Asturias (1994), nació el 11 de noviembre de 1928 en Ciudad de Panamá y ha muerto ayer en Ciudad de México, donde residía.  

La profesión de su padre, el diplomático Rafael Fuentes, le permitió visitar en su infancia numerosos países. Cursó los estudios primarios y secundarios en Argentina, Chile, Brasil, EEUU (durante ocho años) y otros países iberoamericanos por donde transcurrió su infancia y juventud.

Con 12 años leyó por primera vez “El Quijote”, aunque considera que su contacto primero con la literatura ocurrió durante uno de los destinos paternos, en Río de Janeiro, donde un pequeño Carlos solía sentarse en las rodillas del gran polígrafo mexicano Alfonso Reyes, entonces embajador en Brasil y quien le recomendó estudiara Derecho, y así hizo en el Instituto des Hautes Etudes Internationales de Ginebra, a pesar de que su vocación literaria ya estaba decidida.

De regreso a México, continuó su formación en leyes con el maestro de Derecho Manuel Pedroso, español exiliado que le incitó a la lectura de los clásicos (Platón, Maquiavelo y Rousseau).  

Entre 1950 y 1951, como diplomático, representó a su país en Ginebra ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Tres años después, trabajó en México en el Gabinete de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores.   En su país fundó y dirigió, con Emmanuel Carballo, la “Revista Mexicana de Literatura” (1955-1958), período en que compatibilizó esta actividad con la dirección del Departamento de Relaciones Culturales de Exteriores.

También fue coeditor de “El espectador» (1959-1961) y, en 1960, de “Siempre” y “Política».   Catedrático de Literatura en la Universidad de Princeton (EEUU), también impartió clases de español y literatura comparada en las Universidades estadounidenses de Columbia, Harvard y Pennsylvania, entre otras.

Entre 1974 y 1977 volvió a ocupar un puesto dentro del cuerpo diplomático y ese último año fue destinado a París como embajador, cargo del que dimitió en protesta por el nombramiento como primer embajador de México en España de Gustavo Díaz Ordaz, a quien el escritor responsabilizaba de los sangrientos acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas, de Tlatelolco (2 octubre 1968). También, entre 1975 y 1976, presidió la delegación mexicana en la Conferencia Internacional de Cooperación Económica.  

“Terra Nostra”, un alegato en favor de la libertad individual en la sociedad moderna le valió el Premio Rómulo Gallegos (1977) y dio a conocer internacionalmente el nombre de este escritor.

Analizó su ciudad en la narrativa

Carlos Fuentes, en su narrativa, hay un propósito de analizar su ciudad, su país y su civilización. De ahí su visión crítica del mundo, a través de “collages”, referencias, analogías o citas, donde la reflexión y la poesía, la erudición y el sentimiento, responden a un interés crítico para con su sociedad y su tiempo.  

Otro de los placeres de Fuentes era el cine, que empezó a saborear en la infancia, cuando su padre, gran aficionado, le llevó a ver en Nueva York el “Ciudadano Kane” de Orson Welles y años después tuvo oportunidad de conocer al cineasta español Luis Buñuel.   De sus incursiones literarias en el cine quedan guiones como “Las dos Elenas” (1964), “Un alma pura” (1965), “El gallo de oro” (1964) y “Pedro Páramo” (1966). Sus novelas “La cabeza de la hidra” (1981) y “Gringo viejo” (1989) llegaron al cine.

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