Tendemos a querer manipularlo todo, según nuestros intereses. Por sublime que sea la realidad que toquemos, ya sea la religión, la patria, el matrimonio o los impuestos, la convertimos en un ídolo a nuestra imagen y semejanza.
En Marcos 12, 28 a 34, un escriba quiere enredar a Jesús con una preguntica religiosa: ¿Cuál es el primer mandamiento? ¡Había decenas de mandamientos! ¿Cómo escoger el primero de la lista? Jesús responde con una cita incontrovertible: El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.
Puede leer: Nosotros los ciegos
Jesús nos enseña: solamente hay un Dios que merece ser adorado con todo nuestro ser. Si repartimos nuestra adoración entre varios dioses, nos desintegraremos como personas y como sociedad. Idolatramos nuestros intereses y esquemas. Pero esa idolatría nos destruye a nosotros y todas las formas de convivencia, porque si nos metemos a fabricantes de dioses, acabaremos llamando “justo” a lo que nos convenga. En adelante, ¿Quién podrá fiarse de nosotros? Pero Jesús va más lejos. Añade lo que no le preguntaron: El segundo [mandamiento] es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
Al unir el amor de Dios y el del prójimo, Jesús nos ofrece la cura para todo fanatismo, especialmente el religioso. Nos enseña: adorarás al Dios único y verdadero, siempre que tu amor a ese Dios vaya acompañado de un amor al prójimo como a ti mismo. Jesús de Nazaret ha constituido el bien del prójimo, como el criterio clave para saber si estamos adorando al Dios verdadero. Vivimos asediados por ofertas religiosas idolátricas y por ateos fervorosos. A la hora de escoger, no preguntemos por sus dioses, preguntemos por sus prójimos.