Hoy, Malaquías (1, 14 a 2,10) señala el efecto negativo de los liderazgos corruptos: apartarse del camino y hacer tropezar al pueblo. El camino para desarrollar nuestro país es el trabajo y el apego a la ley. Las autoridades a veces envían este mensaje fatal: lo que cuenta es tener enllaves poderosos. Un funcionario público puede cometer acciones merecedoras de una investigación profunda, pero si es amigo de los que mandan, no será procesado y hasta se le nombrará en otro cargo. El mal es viejo, pues también Malaquías lo denuncia: se fijan en las personas al aplicar la ley.
En el Evangelio de Mateo (23, 1 -12) se nos narra cómo Jesús también enfrentó el liderazgo corrupto y mediocre de su sociedad. Sería un error grave no cumplir las leyes, usando como excusa que las autoridades no las cumplen. En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan lo que ellos digan, pero no hagan lo que ellos hacen.
Lo que Jesús critica en el liderazgo de su época, nos lo podemos aplicar a nosotros mismos. Los que mandan y pueden, atan pesadas cargas, en los hombros de las gentes pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para ayudar a cargarlas. Indigna que el presupuesto aprobado a vapor asigne partidas generosas a los partidos, funcionarios y fabricación de clientes votantes, y no se invierta más en educación.
Cada día la prensa nos muestra a diversas figuras públicas haciendo el bien, pero todo es para que los vea la gente. En raras ocasiones, nuestro liderazgo público y privado enfrenta los problemas más acuciantes: pobreza, educación, salud, delincuencia, justicia, corrupción, basura, vivienda y tránsito.
Jesús cura así el liderazgo fracasado: el primero entre ustedes, sea su servidor.