La primera lectura de hoy, solemnidad de la Ascensión del Señor, presenta el inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 1 – 11). Allí encontramos los objetivos y las instrucciones últimas de Jesús a sus apóstoles antes de partir. Bien nos pueden servir a nosotros.
El objetivo de Jesús en su trato con los apóstoles pretendía dejarles claro que “Él estaba vivo”. Mientras consideremos a Jesús de Nazaret como nuestro difunto más ilustre, nos matará la nostalgia.
Jesús los invita a no tomar decisiones movidos por el temor. Jerusalén era la ciudad asesina que había apresado y crucificado a su Maestro. Jesús les pide que no se alejen de ella para aguardar que se cumpla en ella la promesa del Padre: el envío del Espíritu. Pentecostés ocurrirá justo en esa ciudad dominada por la Ley, el Templo, los herodianos y los romanos.
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Jesús los libera de aspiraciones triunfalistas. Cuando le preguntan: “¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Jesús los libera de esa curiosidad estéril y les exhorta a disponerse para recibir el Espíritu Santo.
Los apóstoles no necesitan de una fuerza para avasallar, sino para ser testigos. Lo que ocurrió en semilla en los apóstoles, nos ocurre a todos nosotros. Ese Jesús que se ha ido al Padre, nos constituye en testigos mediante la fuerza de su Espíritu.
Con frecuencia olvidamos, que la palabra “política” no se reduce simplemente a votar, sino que significa participar responsablemente en la vida ciudadana.
A los cristianos nos toca ser testigos precisamente en esa vida ciudadana llena de desafíos. La tentación sería quedarnos mirando al cielo. O reducir la victoria del Señor a la victoria de un determinado partido o grupito.
Las campañas duran un ratico. Ser testigos es tarea de toda la vida.