)Se hunde la isla?

)Se hunde la isla?

Duarte, con su conjuro, nos hizo la advertencia. Había muchas formas de morir, de acabar con el patriotismo, y él las sabía, como muchas otras formas de matar a un pueblo. Algunas grotestas, como las tiranías, otras más sutiles llámense enajenación, entreguismo. A todas ellas las enfrentó por igual y nos dejó su ideario para combatirla. Solo unos pocos, y por pocos poderosos, eran partidarios de esas ideas alienantes y absurdas, más no por ello menos nocivas y peligrosas para la salud de la patria, para el bienestar de las mayorías.

Por eso no han podido prosperar, a pesar de sus intentos y sus ladinas fórmulas. Han recibido el repudio casi absoluto, en una lucha desigual. La razón contra la fuerza bruta.

El ansia de libertad, de vivir y de ser libres, no han podido ser sepultadas por los traidores.

Por eso el servilismo, es enfrentando y combatido por los pueblos al igual que las guerras, las masacres y las tiranías, hallando eco en voces valientes que se levantan solidariamente en foros y en conferencias internacionales, y en la conciencia de cada hombre libre, liberal o libertario que, al serlo, se convierte en un torrente indetenible de voces y acciones que arrastran pueblos enteros, una y otra vez, cuantas veces sea necesario y preciso.

Otras formas de morir y de matar al pueblo más lentas, menos noticiosas pero igualmente ostensibles y violentas son los desajustes económicos, el desbalance en la distribución de las riquezas y repartición de la pobreza. Sus manifestaciones son tan múltiples que se convierten en rutina, en cosas del diario vivir. El pueblo las padece diariamente y diariamente muere, de manera no accidental, constante.

La clase pobre, la más desposeída, las conoce perfectamente. Se muere a borbotones, masivamente, de hambre y de padecimientos. La miseria y la ignorancia, su fiel compañera, le recuerda su fatalidad. Que no hay escapatoria posible, que su signo es morir en la indigencia y en la desesperanza, resignadamente, para ganar el cielo. Que la culpa no es de este o de otro gobierno, ni de los poderosos que lo detentan y condicionan, aquellos a quienes le sobran las suntuosidades como las cosas indispensables, a los demás, les falta. Dios ordenó el mundo en ese talante: siempre ha habido y existirán pobres y poderosos, y así van sembrando, los aprovechados, la semilla de la impotencia y de la resignación.

Algunos se revelan, y como siempre, mueren. No pueden escribir la historia a su manera.

Pero estadísticamente, cada día son más. Los pobres no mueren, crecen y se fortalecen.

No se exterminan con el napalm, ni con el hambre. La pobreza y la miseria siguen ganando espacio con la globalización, y se nutre de nuevas clases. Capas sociales que son desplazadas y que tratan inútilmente de adaptarse al modelo importado de la globalidad neo liberal, a esta novedosa forma de vida donde la tecnología, la unipolaridad, el mercado financiero y las multiempresas transnacionales determinan que solo sobrevivan los más aptos, los más sumisos, en un mundo de competencia egoísta, desigual y despiadado.

Y sucede lo fatal. Cada día son más los desposeídos, cada vez más extendidos. Nuevas clases caben en el ataúd del liberalismo imperial y lo desbordan. Mafalda da el grito: cuidado con las capas medias, se nos vienen encima. Deténganse, somos demasiado. Pero ellas siguen bajando a empellones y se hunden con los de abajo para conocer el abismo.

Nuevas filas de infortunados, ejércitos de desempleados, de gente de segunda, de núcleos y de pueblos empobrecidos, que ya no saben cómo vivir, que perdieron su sueño de ascenso se unen al carrusel. Vagan sin tino por lugares antes desconocidos. Por las salas de los hospitales atiborrados de enfermos sin medicina y sin cuidado médico, por las escuelas sin aulas y sin mobiliario, por los supermercados y colmadones vacíos para sus escuálidos bolsillos, por los motoconchos, por callejuelas oscuras y descuidadas, delincuenciales, siendo cada vez más inaccesible para ellos un transporte decente para sus necesidades impostergables por esta vida de ruindades e injusticias sociales.

El círculo se ensancha y se ensancha cada vez con mayor capacidad de protesta. El grito sube al cielo todavía, incapaz de concretarse en rebelión. En transformar la forma de vida irrespetuosa impuesta por una minoría despiadada cada vez menor y más agresiva que no cede en sus ambiciones de dominio absoluto. Que pretende haber encontrado en la inversión de los valores morales su poderío, y el camino para su perpetuidad. Una fórmula sutil y letal para matar, insensiblemente, pero de manera radical y definitiva todo halo de esperanza.

Siembran, con sus abusos, la impunidad de sus acciones, el escepticismo y el descreimiento en las instituciones democráticas, el pesimismo que anula el futuro. Pretenden cosechar con ello la pérdida de la esperanza en un país mejor, de convivencia y tolerancia y de respeto a la dignidad humana y sus principios.

El antídoto lo conocía, Juan Pablo Duarte, nuestro fundador. «Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe», dijo, y con su vida austera y valiente completó su apostolado. El creía en las reservas morales de su pueblo. De Hostos, el Maestro insigne, con la pasión por la enseñanza y la búsqueda de la verdad alentó el camino hacia la redención, enseñando y practicando esas virtudes que son patrimonio de todo ser humano.

Ambos sabían, como tantos otros gloriosos libertadores: Bolívar, Martí, Gandhi, Juárez. Que sólo la moral de los pueblos desarma a los desalmados. Que solo en ella se encuentra el valor necesario para labrar el porvenir. En las virtudes morales encuentra fuerza el ideal. El ideal que mueve montañas y que en palabras de Ingenieros, «es un acto de fe en la posibilidad misma de la perfección», aunque algunos pocos no lo crean y las crean trasnochadas.

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