Se me antoja

Se me antoja

POR MARIVELL CONTRERAS
Que no nos quiten esas valiosas ruinas

Pasé la seca y la meca para llegar a las ruinas de San Francisco donde el amigo y escritor Pedro Antonio Valdez ponía en circulación su interesante e ingenioso libro de relatos Narraciones Apócrifas.

Partimos del hermoso parque viejo de La Vega, el que está frente a la iglesia, claro.  En una guagua estilo Omsa, todos los invitados juntitos, disfrutando de la fresca brisa y de la buena palabra que acompaña a todos los que somos locos con la poesía.

El primer lugar donde fuimos, el lugar donde se fundó  La Vega Vieja el Fuerte de La Concepción de La Vega, la única ciudad fundada por el propio Colón de la que quedan estos impresionantes vestigios.

La cosa es que el historiador que nos sirvió de guía andaba también con nosotros en la guagua y que al llegar no fuimos ni recibidos, ni conducidos por nadie que no fuera él mismo.

Recibimos de la vasta preparación de Francisco Torres Petitón suficientes datos como para coincidir en que estábamos parados en un punto luminoso e indispensable de la historia de la época de la colonia.

Luego de que bajó el sol, fuimos conducidos nuevamente al autobús, que debía llevarnos al cementerio, donde una de las narraciones del libro se desarrolla.

Pero, cosas del destino o quizás para confirmar lo que Pedro Antonio nos diría después, la guagua se quedó.  Se enchivaron las dos gomas derechas quedando prácticamente enterradas en el lodo y tuvimos que apearnos de ella y luego volvernos a montar para hacerle contrapeso y luego otra vez afuera a empujarla.

Fue un viaje surrealista que nos llevó de un patrimonio de la vida a un patrimonio de la muerte.  Ambos patrimonios para la humanidad según la Unesco.  Ambos en la misma condiciones.

Las ruinas de San Francisco son algo más que ruinas, con yerbas altísimas.  Con ninguna, por lo menos visibles, protección y seguridad.

Ahí en La Vega, en que la vida es un carnaval dominguero, también hay gente preocupada, como Pedro, porque se le ponga seriedad a las cosas serias que tiene la vida.

Esos lugares veganos, de vistas paradisíacas, de esas que ojos humanos parecen no haber visto nunca, requieren atención de las autoridades políticas y culturales para que esa ciudad olímpica y culta siga teniendo qué ofrecer a los visitantes (además de los Diablo Cojuelos)

Que no se borren las huellas de esta historia, que no se mueran otra vez esos huesos de hombres y mujeres que con su muerte dan testimonio de que hubo vida y cómo fue esa vida.

Yo la pasé muy bien en La Vega y me alegro de que Pedro Antonio haya decidido enseñarnos el rostro oculto del abandono, la desidia y el “limbo administrativo” que amenaza con quitarnos ese pedazo de todos nosotros… y nosotros, que no llamamos dos veces, pedimos que alguien le ponga asunto a esto, de una vez.

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